Así es la Mina de ocre más antigua de América y se encuentra en México 

Foto destacada: INAH

La mina de ocre sigue siendo un misterio hasta nuestros días, y se desconoce cuál fue el uso que le dieron los antiguos habitantes de esta región.

 

Los geólogos subacuáticos y espeleobuzos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, dieron a conocer evidencia de actividad minera en cenotes y pasajes inundados, con antigüedad de entre 12,000 y 10,000 años antes del presente. Este hallazgo, publicado en la revista Science Advances, muestra que el ser humano prehistórico ya realizaba la extracción de mineral para actividades culturales complejas.

Este subsuelo laberíntico se encuentra en la península de Yucatán, y es una prueba de la importancia de los hallazgos científicos de los arqueólogos subacuáticos y espeleobuzos.

De acuerdo con los expertos, este contexto arqueológico es una de las minas de ocre más antiguas, que han sido descubiertas en América. “La Mina”, como se denomina al proyecto de investigación, guarda un paralelismo con “Naia”, nombre con el que se conoce al antiquísimo esqueleto de una joven encontrado, en 2014, dentro del sitio arqueológico de Hoyo Negro, ubicado en las cercanías de Tulum.

Asimismo, La Mina es una continuación de Hoyo Negro, no solo por la relativa cercanía geográfica de ambos contextos, sino porque el primero complementa en gran medida el conocimiento que se tiene acerca del segundo.

Así, el descubrimiento de “Naia” contribuyó a la comprensión de la ascendencia, la expansión y el desarrollo de estos primeros americanos, “ahora sabemos que los humanos antiguos no solo se arriesgaban ingresando al laberinto de cuevas para buscar agua o huir de los depredadores, sino que también entraron a ellas para realizar minería, alterándolas y generando modificaciones culturales al interior” dice el comunicado del INAH.

Lo anterior ha podido constatarse mediante la localización, a lo largo de seis kilómetros de pasajes inundados que no habían sido explorados, ya que permanecían ocultos detrás de restricciones de rocas y estrechos pasajes de 70 centímetros de diámetro, de diversos espacios y acomodamientos de materiales que evidenciaron ser resultado de una arcaica intervención humana.

Los primeros recorridos hechos en el sistema subterráneo, fueron en el 2017; en donde se logró destacar la existencia de estalactitas y estalagmitas rotas por la mitad, así como piedras acomodadas en pequeños montículos triangulares, los cuales no habrían podido formarse naturalmente.

Entre los elementos que más llamaron la atención de los exploradores estaban cúmulos de carbón en el suelo, hollín en el techo de la cueva y, principalmente, la presencia de pequeñas cavidades excavadas en ese mismo suelo, dentro de las cuales había restos de un mineral que, luego de su análisis, resultó ser ocre.

“El paisaje en esta cueva está notablemente alterado, lo que nos lleva a pensar que los seres humanos prehistóricos extrajeron toneladas de ocre de ella, quizá, viéndose en la necesidad de prender fogatas para iluminar su espacio”, apunta Fred Devos, investigador del INAH.

Hasta el momento, no se han encontrado restos óseos humanos; sin embargo, se localizaron herramientas rudimentarias de excavación, señales que habrían usado para no perderse y cúmulos de piedras vinculados con este primigenio quehacer minero. La abundancia de las oquedades con ocre lleva a los expertos a teorizar que las rocas eran, en sí mismas, las herramientas que se usaban para excavar y romper la piedra.

“Ahora podemos imaginarnos a Naia, ejemplifica Roberto Junco, entrando a las cuevas por ocre, un elemento que hasta hoy, en comunidades de África, es la pintura corporal inorgánica más usada para crear pigmento rojo. Esto abre la posibilidad de que el mineral tuviera no sólo importancia decorativa sino incluso una carga identitaria, o que se usara para crear manifestaciones artísticas, entre muchas otras hipótesis”.