Museo del Chopo celebra medio siglo con el regreso de El vuelo de Quetzalcoatlus

Un viejo edificio, una nueva vida

En el corazón del centro de la Ciudad de México, el Museo Universitario del Chopo cumple 50 años de historia: medio siglo como refugio de la experimentación artística, del contraculturalismo, del arte emergente, pero también como testigo de las transformaciones sociales, urbanas y culturales de esta metrópoli. El Chopo, con sus estructura de hierro, cristal y madera, ha sido desde su fundación un símbolo de resistencia creativa —un espacio de encuentro, tensión y renovación constante. 

En ese contexto de celebración, revive una de sus piezas más míticas: la escultura “El vuelo de Quetzalcoatlus”, creada en 2003 por la artista Marta Palau. Tras permanecer más de 20 años resguardada, frágil, plegada en bodegas, ahora fue sometida a una restauración abierta al público, proceso por el cual artistas, restauradores y visitantes fueron invitados a observar —y aprender— cómo el arte recobra su forma. 

Este retorno no es solo un montaje más: es una declaración simbólica. Es volver a dejar volar al “saurio volador” en la nave central del museo, recuperar su dimensión de 10 metros de envergadura, sus fibras naturales —ramas, cortezas, papel amate, hojas—, su estampa de criatura prehistórica transformada en arte contemporáneo. 


Arte, ciencia y memoria suspendida

La escultura está inspirada en el pterosaurio extinto Quetzalcoatlus —una de las aves gigantes que surcaron los cielos de hace millones de años—, y representa una fusión poética entre la historia natural y la creación artística. Durante décadas, el edificio del Chopo fue sede del antiguo Museo Nacional de Historia Natural; hoy, esa herencia fósil se reinterpreta con hilos, fibras y sensibilidad contemporánea. Es un puente entre lo ancestral y lo presente. 

La restauración, lejos de ser un acto discreto en talleres cerrados, se convirtió en un taller vivo: puertas abiertas, preguntas compartidas, procesos pausados, manos cuidadosas. La intención fue hacer visible lo que muchas veces permanece oculto —la fragilidad del arte, su vulnerabilidad ante el tiempo, pero también su capacidad de renacer. Esa dimensión pedagógica y comunitaria refleja el espíritu del Chopo: un museo vivo que no sólo exhibe, sino que dialoga, transforma y convoca.


Un festejo con aleteo

El 25 de noviembre marca la fecha en que la escultura volverá a ocupar su espacio en el Chopo, en una ceremonia simbólica que celebra medio siglo de existencia del museo. No será un evento privado: habrá música, exposiciones, recorridos, fanzines, actividades para distintas edades —como una convocatoria abierta a la comunidad para compartir su propia energía creativa. El Quetzalcoatlus volará de nuevo, sí, pero esta vez acompañado de voces, nostalgia, vigencia y un aire de esperanza colectiva. 

Este retorno no es solo nostalgia: es una invitación a habitar el pasado desde el presente. A reconocernos como parte de una tradición viva que celebra la memoria natural del planeta, la fragilidad del arte, la potencia de lo colectivo y la necesidad de espacios que trasciendan modas pasajeras: un museo que late, respira, vibra.

Así, el Chopo reafirma que sigue vivo: hoy más que nunca, un espacio de convergencia entre pasado y presente; un lugar donde las fibras de la tierra se entrelazan con los sueños de generaciones; un pulmón cultural para una Ciudad de México que no olvida ni deja de reinventarse.