El Mapa de Popotla no era del siglo XVI: nuevas pruebas revelan que es una copia de 1950

Durante décadas, el Mapa de Popotla vivió envuelto en un halo de antigüedad casi sagrada. Para muchos, era un documento del siglo XVI o XVII que condensaba la historia indígena, colonial y territorial de una de las zonas más simbólicas del Valle de México. Sus figuras de guerreros, su iglesia al centro y su estilo híbrido parecían suficientes para colocarlo entre los grandes tesoros gráficos del pasado. Pero 2025 trajo un giro inesperado: la ciencia desmontó esa narrativa pieza por pieza.

La primera alerta surgió con los análisis de carbono-14. En lugar de ubicarse en tiempos virreinales, la datación arrojó una fecha que nadie esperaba: alrededor de 1950. Esa cifra coincidía con la firma química del llamado “pico de la bomba”, el aumento de radiocarbono que dejó en la atmósfera la era de pruebas nucleares posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Un indicio contundente de que el supuesto códice era, en realidad, una creación del siglo XX.

A esto se sumaron los estudios de pigmentos, que detectaron materiales modernos como plomo y arsénico, incompatibles con los tintes minerales y vegetales usados en la tradición indígena y colonial. El soporte tampoco coincidía con los papeles antiguos —amate, fibras vegetales o algodón— sino con piel, posiblemente de chivo, tratada con técnicas modernas. La pieza que durante años se creyó un testigo original del México profundo parecía desvanecerse entre evidencias químicas y microscópicas.


Un laberinto de copias y versiones

El desconcierto no termina ahí. Los especialistas identificaron al menos cuatro versiones del Mapa de Popotla: dos en México y dos en Viena. Algunas muestran ligeras variaciones en trazos o detalles iconográficos, señales de que podrían haberse realizado en distintos momentos o por diferentes manos. También existe un calco del siglo XVIII y una posible reproducción realizada hacia mediados del siglo XX por encargo académico, lo que sugiere que la versión actual en piel podría ser parte de una cadena de copias sucesivas.

Si este mapa es una copia moderna, surge una pregunta inevitable: ¿dónde está el original? ¿Existió realmente un documento antiguo que sirvió como modelo? La investigación apunta a que sí, pero su paradero actual es un misterio. Este vacío abre la puerta a una historia más compleja: la de un documento que viajó, fue reinterpretado, replicado y quizá extraviado con el paso de los siglos.


No es una pérdida: es una oportunidad para la historia

A primera vista, descubrir que un supuesto códice antiguo es en realidad una obra de mediados del siglo XX podría parecer un golpe al patrimonio. Pero los investigadores lo consideran una victoria para la ciencia y la historia. Significa que hemos dejado atrás los supuestos estilísticos y nos hemos adentrado en la verificación material rigurosa.

Más aún: el Mapa de Popotla, incluso si es una copia moderna, sigue siendo un documento valioso. No porque hable directamente del siglo XVI, sino porque refleja cómo México ha construido, protegido y a veces idealizado su memoria histórica. Es un espejo de los procesos de identidad, de la apropiación del pasado y de las luchas territoriales que se han tejido durante siglos.

La investigación también puso sobre la mesa la necesidad de profundizar: obtener más muestras, estudiar las copias resguardadas en el extranjero, y reconstruir la genealogía completa del mapa. El enigma no está cerrado; al contrario, la primera capa acaba de caer.


Un recordatorio para el futuro

La historia del Mapa de Popotla es una invitación —y quizá una advertencia— a revisar nuestras certezas. Nos recuerda que no basta con que un documento “parezca antiguo” o se haya asumido como tal por generaciones. También abre la puerta a reflexionar sobre cuántas otras piezas del patrimonio mexicano podrían esconder secretos similares.

En el fondo, este descubrimiento no destruye una historia: la amplía. Y nos deja con una lección luminosa: cuando la ciencia y la historia trabajan juntas, el pasado se vuelve más nítido, más honesto y, paradójicamente, más nuestro.