En un giro que pocos imaginaban hace décadas, México ha sido señalado como el país que más romances impulsivos, discretos o apasionados genera en las oficinas. Según un estudio de Ashley Madison en colaboración con YouGov, nuestro país encabeza el ranking mundial de romances de oficina, superando a naciones como India, Suiza y Brasil. La encuesta reciente entre 11 naciones, un 43 % de trabajadores mexicanos admite haber tenido una relación sentimental con un compañero de trabajo. Este porcentaje supera al de India, Suiza, Brasil o Australia, lo que sitúa a México en la cumbre de los “romances de oficina”.
Lejos de tratarse de un fenómeno aislado o superficial, este dato refleja una tendencia profunda: la oficina —esa mezcla de rutina, objetivos compartidos, horas prolongadas y cercanía constante— se ha convertido en un espacio donde confluyen vínculos profesionales… y afectivos.
Pero más allá de las cifras, este hallazgo invita a preguntarnos: ¿qué dice sobre nosotros como sociedad? ¿Qué valoramos en nuestras relaciones? ¿Cómo redefinimos el amor cuando lo encontramos entre escritorios, juntas y deadlines?
Un vistazo a los números que sorprenden
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El 43 % de los encuestados en México confesó haber iniciado o sostenido una relación sentimental con un colega.
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Las mujeres mexicanas, con 67 %, mostraron mayor propensión a este tipo de vínculos que los hombres (56 %), algo poco común en otros países.
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No son los más jóvenes quienes predominan: las franjas de 35 a 44 años y de 45 a 54 años registran mayores incidencias de romances laborales que los jóvenes de 18 a 24 años.
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Pero el amor en la oficina no siempre es fácil: un 28 % de quienes podrían involucrarse admiten que evitan hacerlo por temor a consecuencias profesionales o personales.
Estas cifras no son menores: describen un país en que los afectos fluyen entre cubículos, juntas semanales y break-room compartidos.
¿Por qué ocurre en México? Entre cultura, ritmo de vida y necesidad de conexión
De los 11 países analizados, México se colocó en primer lugar, con 43% de los encuestados reconociendo haber tenido una relación con un compañero de trabajo. Le siguen India (40%), Suiza (36%), Brasil (32%) y Australia (32%). En contraste, Alemania apenas alcanzó un 23%.
En un entorno laboral donde las jornadas pueden ser largas, donde a veces el hogar y el trabajo parecen lejísimos uno del otro, la oficina se convierte en un refugio cotidiano: un espacio donde pasas buena parte del día, donde compartes risas, estrés, cafés y metas. Ese roce constante genera confianza, complicidad y cercanía.
Sumado a ello, existe una pulsión cultural: en México —un país apasionado, social, donde los vínculos humanos suelen valorarse profundamente— la barrera entre lo profesional y lo personal es permeable. No es raro que una colaboración laboral derive en amistad, y una amistad en algo más.
También pesa la condición del entorno: la gente pasa muchas horas lejos de su familia, a veces en ciudades distintas, en horarios complicados. En ese contexto, una conexión emocional en el trabajo puede significar compañía, comprensión, una pausa ante la rutina.
Entre romance y riesgo: lo que implica amar donde trabajas
Tener un vínculo sentimental en la oficina puede tener magia: un compañero de trabajo se vuelve compañero de vida. Pero esa posibilidad también viene con sombras:
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Hay quienes optan por ocultar estos romances por miedo a ser juzgados, a perder credibilidad o a enfrentar consecuencias laborales.
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Las relaciones pueden complicar la dinámica del equipo, generar incomodidad, favoritismos o conflictos de interés.
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Si la relación termina, puede quedar una tensión persistente que afecta el clima laboral.
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Para el individuo, puede representar un reto: ¿se mantiene la profesionalidad? ¿cómo manejar la separación entre lo personal y lo profesional?
Así, amar de lunes a viernes entre juntas y entregas puede ser tan apasionado como delicado.
¿Qué revela este fenómeno sobre nuestra sociedad y el mundo del trabajo?
Que, para muchas personas, el trabajo ya no es solo lo que pagan para vivir: es parte de la vida, de la identidad, del entramado social. Que nuestras relaciones, amistades y amores se redefinen en espacios compartidos, bajo presión, deadlines y cafés de oficina.
También expone una necesidad: la de pertenecer, de ser comprendidos, de encontrar cercanía en medio del ritmo acelerado. En un país donde las distancias, los traslados y los horarios complicados forman parte del día a día, el trabajo se vuelve hogar, la oficina comunidad.
Y, por supuesto, revela tensiones: la del equilibrio entre lo profesional y lo íntimo, la del respeto al entorno laboral, la del cuidado de los afectos cuando estos nacen entre carpetas, pantallas y reuniones.
Una invitación a reflexionar
Quizá la próxima vez que veas a un colega con quien te ríes en la pausa del café, o que compartió contigo un proyecto intenso, pienses: “Podría ser algo más”. Y está bien. México demuestra que el amor no entiende de horarios, de jerarquías ni de espacios; el amor surge donde hay vida, donde hay humanidad.
Pero también conviene preguntarnos: cuando decidimos amar entre oficinas, ¿somos conscientes de lo que implica? ¿Respetamos los límites? ¿Valoramos la profesionalidad? Este fenómeno nos pone frente a un espejo: el del deseo, la vulnerabilidad y la búsqueda de compañía —en medio del esfuerzo diario.
Al final, amar en el trabajo puede ser tan normal como arriesgado. Como todo lo valioso, merece respeto, reflexión y conciencia.

