En las calles de Los Ángeles, mientras el sol de junio se filtraba entre columnas de humo y consignas en la protesta contra las redadas migratorias, una melodía familiar flotaba en el aire. No era una marcha armada de tambores ni un grito radializado, sino un canto íntimo: “Hasta la raíz”. Una canción que, más de una década después de su lanzamiento, se ha erigido como símbolo de resistencia, memoria y pertenencia para mexicanas, mexicanos y latinos que viven al otro lado de la frontera.
Desde su aparición en 2015 como parte del álbum homónimo de Natalia Lafourcade, “Hasta la raíz” fue celebrada por su emotividad profunda: un tema que habla de amor y pérdida, sí, pero también de identidad y conexión con lo que somos, con lo que nos nutre y sostiene desde lo más hondo de nuestro ser. Con letras que evocan la fuerza de lo que llevamos dentro incluso cuando estamos lejos —“yo te llevo dentro hasta la raíz”—, la canción ha trascendido su origen musical para convertirse en un puente entre generaciones y geografías.
El valor de esta canción en Estados Unidos no surgió de la nada. Nació del pulso vital de una comunidad migrante que encontró en ella más que una canción de ruptura amorosa; encontró una forma de nombrar la nostalgia, la dignidad y la resistencia frente a un contexto donde pertenecer puede sentirse tanto desafiante como esencial. Para jóvenes de origen mexicano, compartir grabaciones de sus padres con “Hasta la raíz” de fondo ha sido una manera de afirmar su historia personal en medio de discursos polarizadores y políticas migratorias tensas.
La historia de “Hasta la raíz” también es parte del viaje artístico de Lafourcade. La cantante, nacida en la Ciudad de México y profundamente influenciada por su crianza en Veracruz, hizo una transición desde la música pop adolescente hacia una exploración consciente de la tradición musical mexicana y latinoamericana. Ese diálogo entre modernidad y tradición no solo aportó riqueza sonora a su obra, sino que hizo posible que temas como este conectaran con el sentir de comunidades lejos de casa.
Pero ¿qué hace que una canción, escrita originalmente desde lo personal, se vuelva un emblema colectivo? Parte de la respuesta está en su simplicidad honesta y su ritmo que, aunque suave, late con una perseverancia que muchas personas reconocen en su propia experiencia: crecer entre dos mundos, conservar identidad en medio de adversidad y reclamar lugar en un espacio que no siempre ha sido acogedor.
En manifestaciones, redes sociales y encuentros comunitarios, “Hasta la raíz” ha encontrado nuevos significados. Se ha convertido en banda sonora de verbos tan esenciales como pertenecer, recordar, seguir adelante, y en muchos casos, resistir con dignidad. Para quienes comparten su historia migrante, la canción se ha transformado en un canto colectivo que no clama estruendosamente, sino que abraza con ternura el anhelo de raíz y arraigo.
En tiempos donde las identidades se ponen a prueba y el significado de hogar se redefine una y otra vez, la música se reafirma como un territorio común. Hasta la raíz —con sus acordes sencillos y su mensaje profundo— florece en esas vidas que, aunque repartidas entre fronteras, encuentran en una canción la fuerza para decir: aquí estoy, y mi historia cuenta.

