Se necesita ser demasiado curioso como para percatarse de que en el número 71 de la calle Justo Sierra, con una fachada gris y un tanto lúgubre, se esconde uno de los santuarios judíos más hermosos de la capital. Es la primera sinagoga construida en la ciudad y un vestigio de lo que sería la segunda migración de judíos a México, la más importante y decisiva para un grupo que hoy en día no es minoría.
El judaísmo, además de religión es una serie de tradiciones de un pueblo fielmente creyente —y tal vez un buen ejemplo de que lo que permanece unido y auténtico, indistintamente del lugar, nunca se destruye. Dentro del judaísmo existen muchas bifurcaciones de creencias, desde los altamente religiosos hasta los que solamente se sienten identificados con el pueblo judío y su filosofía, de ahí que sea algo complicado de extirpar algunos de los prejuicios con respecto a ello.
La primera llegada de inmigrantes judíos al país —especialmente sirios que hablaban árabe o grecos y turcos que hablaban ladino—, llegaron al puerto de Veracruz, en muchos casos intentando llegar a Estados Unidos o porque habían parado en Cuba sin saber a dónde moverse. Se encontraban huyendo de un imperio nacionalista otomano en donde eran minoría y a causa de ello, obligados a olvidar sus tradiciones religiosas. Para infortunio de los que alcanzaron a llegar a lo que entonces era la Nueva España, la inquisición se encontraba instalada de manera oficial, lo que les impidió florecer como cultura. De esta primera inmigración de judíos poco quedó pues, o fueron erradicados por la inquisición o se mezclaron física y culturalmente con la población local. Muchos de ellos practicaron los ritos y costumbres judías secretamente y no fue sino hasta mucho tiempo después, con la segunda ola de inmigrantes judíos a la capital —principalmente rusos, polacos, lituanos y ucranianos— que comenzaron a sostenerse como una comunidad, aún en minoría pero marcada fuertemente en el Centro Histórico.
Las vecindades aledañas al mercado de La Merced fueron sus primeros asentamientos. Se encontraba activo el gobierno de Porfirio Díaz, época en la que muchos foráneos europeos aprovecharon los avances tecnológicos de la ciudad en vías de modernización para obtener un empleo, o en su caso, una buena oportunidad con sus empresas. Los judíos se hicieron de establecimientos de confección de ropa y talleres, mismos con los que fue posible ulteriormente mudarse a mejores colonias como la Roma e Hipódromo Condesa.
En 1937, la comunidad compró dos casas en lo que sería la calle Justo Sierra 71 y 73 para construir un centro comunitario que incluía salones de juntas, actividades sociales y lo más importante, una sinagoga. La palabra sinagoga proviene del griego synagein, “lugar donde la gente se reúne”, lo que indica que estos santuarios son mucho más que un lugar de rezos. Lo más importante para una sinagoga son los libros sagrados y sus orantes (10 hombres mayores de edad), por ello muchas veces se organizaron sinagogas incluso en los patios de las vecindades donde habitaban.
Aproximadamente en los años 60 y 70, los judíos migraron a otras zonas aledañas al centro. Por un lado se encontraban los que hablaban yiddish en la colonia Condesa, y por otro los que hablaban árabe, en la colonia Roma. De ahí que cada grupo formó sus sinagogas en distintos lugares y la de la calle Justo Sierra quedó abandonada por algunos años.
Hoy en día, y luego de su reinauguración en 2009, la Sinagoga Histórica Justo Sierra 71, ofrece visitas guiadas y autoguiadas para el público en general que desee conocer sus hermosas instalaciones. Estéticamente destacan: su alucinante altar que cubre los libros sagrados con un parojet. Los colores azul, ocre, verde y amarillo formando figuras geométricas exquisitas en la parte del techo. Aquí se proyectan los 10 mandamientos, la Torá, la Estrella de David, la menorá (candelabro de siete brazos) y el talit (chal de rezo). Al final se encuentra un precioso mural del Jardín del Edén.
Fotografías: Crónicas de Asfalto
Para más información de este recinto consulta su página web aquí.
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