Foto destacada Gilberto Salazar
Javier Bátiz es uno de los pilares del rock en México y un ícono cultural de Tijuana.
Javier Bátiz es el artífice del rock mexicano. En fechas recientes está padeciendo el peso del tiempo, pero a sus 80 años, todavía sigue lanzando discos, el más reciente: Porque quiero, porque puedo y porque se me da la gana; un homenaje a sus canciones rancheras preferidas, y muy probablemente el último disco del gran guitarrista tijuanense que pasará a los anales del rock en nuestro país.
Javier Bátiz comenzó a tocar la guitarra en 1956, a la edad de 12 años, poco antes de tocar con una banda de Tijuana llamada Los TJ’s. Pero el impacto de Bátiz no es poco. Ha sido uno de los grandes, no solo a conocido, sino tocado con muchos músicos importantes, e incluso, siendo mentor de algunos de ellos como Fito de la Parra, Abraham Laboriel y Carlos Santana.
Santana empezó a recibir clases de guitarra de Bátiz cuando tenía 12 años y luego se convirtió en el bajista de Los TJ’s. Pero en los años sesenta, Santana se trasladó a San Francisco, mientras que su mentor, Bátiz, se trasladó a la Ciudad de México. En 1963, Los Rebeldes del Rock contrataron a Javier para sustituir al Johnny Laboriel, pero no fue posible, debido a la diferencia de estilos y actitud.
Para 1968 Javier Bátiz se convirtió en una figura famosa del mundo del blues en México. Se dice que en 1969, Jim Morrison and The Doors realizaron cuatro presentaciones en México y que al final de los conciertos, Morrison visitaba el Terraza Casino, donde tocaba todas las noches Javier Bátiz. Bátiz no llegó al Festival de Avándaro en 1971, porque su actuación en el Terraza Casino no le permitió trasladarse al festival a tiempo, por carretera.
Por supuesto, Bátiz ha tocado y es conocido por todos en el mundo del rock y del blues en México y gran parte de Estados Unidos. Pero su carrera ha sido documentada en libros y honrada en exposiciones en museos. De hecho, la calle en donde vive el guitarrista en Tijuana, se llama Javier Bátiz.
A estas alturas, Bátiz ya no bebe alcohol, no fuma, come sano y cuando su salud lo permite, toca música con su esposa, la baterista Claudia Madrid. Sus deseos son morir en el escenario, pero está postrado en su cama, no puede caminar, y una neumonía y altos niveles de glucosa en la sangre han complicado su salud desde marzo. A pesar de las cirugías, y de un posible cáncer, se mantiene optimista.
En una de sus últimas entrevistas afirma: “fui la punta de la flecha en el blues mexicano. Nunca fui bien aceptado por los músicos de mi generación, siempre trataron de desbaratarme porque fui el líder de todo ese grupo, me tenían unos celos irreparables. Pero ahora andan en su lucha, pues igual que a mí, el cochinero que existe los desplazó. Ahí andan apenas haciéndola. Me gusta dar entrevistas para dar el mensaje y gritar: ‘¡pongan blues, mensos!’”