Es curioso cómo se relativiza el tiempo, como cuando en medio de este lago donde se asienta la metrópoli, una montaña —repleta de saltamontes por cierto—, pasó de ser la extática isla natural en medio del Valle de Anáhuac, fuente de la purificación del aire, y principal distribuidor de agua dulce, al centro poder ceremonial y sagrado de diferentes culturas, que se entretejen y confluyen diariamente en un mismo punto.
El Cerro de los Chapulines va de lo sublime a lo exótico en segundos; de lo prehispánico a lo contemporáneo en diez pasos; de la Colonia al Virreynato, o de Moctezuma (Moctehuzomatzin Ilhuilcamina) a Lázaro Cárdenas pasando por Maximiliano de la Casa de los Habsburgo, hasta llegar convertirse en el Museo Nacional de Historia.
Las facetas del tiempo llevan desde una profunda visita guiada por el curador o el conferencista hasta el paseo dominical familiar, de la visita al zoológico al cine en lancha mientras pedaleas para ganar en un buen lugar. Chapultepec (del náhuatl chapul (in), y Tepetl, cerro o montaña) transcurre como sus fuentes y lagos, entre lo doméstico y lo surreal. Ha pasado en quinientos años, de asentamiento para agricultores, a centro ceremonial de los dioses celestes, y morada de Tlaloc (Dios del agua).
El bosque y el cerro son un emblema no sólo de la identidad de los vestigios divinos. Gracias a los estudios modernos, a las excavaciones del Metro, y a los arqueólogos y demás profesionales, es que se han encontrado rastros de los coyotlatecos, de los aztecas y de los teotihuacanos (estos últimos ya motivo de asombro en época del Imperio México-Tenochtitlan).
Excavando vemos los manantiales de historia que hay es sus pisos de estuco coloniales. Desfilamos por los asentamientos de tezontle, hasta llegar al jardín del Alcázar, donde Carlota y el Emperador Maximiliano durmieran sus últimas noches.
Como en una máquina del tiempo podemos ver al siglo XIX en la cara de Moctezuma II Xocoyotzin. En la agenda exploratoria vamos del zoológico al Museo de Arte Contemporáneo, de la Casa del Lago a Nezahualcóyotl. Puedes transcurrir de ver nacer a un reptil en el herpetario, a imaginar a los presidentes viviendo en el Castillo desde Porfirio Díaz a Francisco I. Madero, y de Venustiano Carranza a Abelardo L. Rodríguez, pasando por Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, hasta que Lázaro Cárdenas lo declarara Patrimonio de la Nación en el 39.
En el corazón de obsidiana del cerro, se hallan las ofrendas y cementerios prehispánicos que parece que ya esperaban la llegada de los Niños Hérores, quienes dieron la vida en la batalla del Cerro de Chapultepec durante la intervención norteamericana.
En el aposento aún en pie, dialogan las artes nuevas y las por venir. Con los esqueletos, las ofrendas y las cerámicas del patrimonio ancestral, al que el virrey Bernardo de Gálvez (quien gobernaba la Nueva España) decidiera comenzarle una construcción el 16 de agosto de 1785, están sumergidos, los ahuehuetes, los museos, las fuentes, los obeliscos, los monumentos, las tribunas, los voladores de Papantla, chapulines, los kioskos, los parques, las lanchas, las leyendas, los teatros, los puestos de comida, ferias, parques de diversiones, tecnología, librerías, La Casa del Lago, Juan José Arreola, Juan García Ponce, Cri-Cri, Alfonso Reyes, Tamayo, Gandhi, José Martí, el Quijote, el Escuadrón 201, inclusive mi memoria y una puerta con leones que resguarda a los 42 mil 911 artefactos de diversos materiales que reflejan las conductas de los paseantes, enfocadas al entretenimiento, la diversión, la vida amorosa y el culto religioso de distintas épocas que se obtuvieron del drenaje de los lagos, lo cual, bien podría ser una buena metáfora de lo que significa pasar un día en Chapultepec.
Twitter del Autor: @SamZarazua
Leave a Reply