“Amor de ese, de joven, que se contenta con la pura ilusión y que se va haciendo grande con la ausencia”.-
Vicente Leñero
En diciembre de 2014 falleció Vicente Leñero, escritor nacido en Guadalajara en 1933. Habitante y amante de la Ciudad de México. La residencia donde aun vive su esposa se encuentra en la colonia San Pedro de los Pinos y es también el lugar que alberga su estudio. Una casa sencilla, de dos pisos, de color rojo marrón.
Cruzando el portón de metal, se ingresa a la cochera para continuar caminando hasta la puerta de la casa, pero también se pueden subir las escaleras hasta llegar a un segundo piso, donde se encuentra el estudio del escritor. Un par de sillones, cuatro paredes repletas de libros hasta el tope de altos techos. Una escalera delgada de madera para recorrer los estantes.
Vicente Leñero, autor de casi 20 guiones cinematográficos, una decena de novelas, 14 otras de teatro y tres compilaciones de cuentos, solía vestir en colores otoñales; cafés verde, guinda. Se mimetizaba entre los libros que ocupaban casi todo el espacio de su estudio, con algunas fotografías, recuerdos y premios entre ellos. Un escritorio pesado de madera al centro. El lugar generaba una atmósfera de otro tiempo, o del tiempo propio de un escritor en su sitio.
Un hombre polifacético que buscó en la literatura, en el periodismo, el teatro y el cine su creación. Contemporáneo quien tomó talleres con Rulfo y Arreola. Él mismo, en algún momento de su carrera, comenzó con un taller de dramaturgia que mantuvo por más de 15 años. “Respetaba y generaba un impulso por el camino individual; por la pluralidad, donde las voces múltiples coexisten”, describió su hija Estela, en una lectura sobre su padre, la cual realizó cuando fue homenajeado, unos meses después de su muerte. “En fin, que ya no sé ni por qué les comparto esto. Tal vez para sentir que existió y que la memoria lo vuelve presente. Tal vez porque a fuerza de repetirlo pueda repetirse y pueda dejar de extrañar todo lo que se llevó.” Terminó por narrar su hija.
Vicente Leñero empezó a escribir teatro para tomarse un tiempo “libre” fuera de la estructura de las novelas. La mayor parte de sus primeras obras fueron censuradas, unas por las malas palabras que usaban los personajes, como en Los albañiles y Los hijos de Sánchez, y otras por los temas: Pueblo rechazado y El juicio de León Toral y la madre Conchita, El Martirio de Morelos. Sus inquietudes teatrales no paraban, y siempre tenía preguntas en su mente, problemas que resolver, retos escénicos o literarios que lo llevaban a mantener su espíritu despierto y en movimiento. Aquél hombre, aficionado de las máquinas de escribir y las partidas de ajedrez, es un ejemplo brillante de que el periodismo, tomado cual relato u obra dramática, puede dar origen a innumerables producciones de ilusionismo literario; albañiles, periodistas, sacerdotes, escritores famosos y jugadores de beisbol se conjugan en una narrativa espontánea, a veces de realidad, otras más de fantasía.
Quizás algo que se pueda destacar de su personalidad es que siempre fue obsesivo. Un obsesivo por narrar impecablemente historias que pudieran atrapar al lector fácilmente. Algunas veces Leñero salía a correr al parque de San Pedro de los Pinos, siempre con el impulso creativo en la mente de utilizar a transeúntes o vecinos como protagonistas de sus próximos relatos. Pero ese impulso obsesivo por narrarlo todo no cesó ahí, sino que se transformó en guiones de cine y de teatro, lineas poderosas que demarcaban la emoción de los diálogos por sí solas.
Vicente Leñero es aquél escritor que nos enseña a canalizar la fuerza de la obsesión en las más finitas pasiones. Es el joven aspirante a cuentista, que introdujo dos de sus obras a un concurso con Juan Rulfo y Juan José Arreola como jurados y ganó el 1er y 2do lugar; aquél estudiante de ingeniería que desafió el carácter ficcional de la literatura; el instaurador del realismo en el teatro mexicano; el escritor que confabuló una serie de publicaciones en el El Heraldo de México y el periódico Excélsior y fundó revistas importantes como Proceso solamente para afinar su redacción como escritor de relatos. “Viví al margen, no encajaba: entre los ingenieros era escritor; entre los periodistas, novelista; y entre los escritores, ingeniero”, advertía.
El mismo Vicente Leñero es un relato vivo; de su vida, su personalidad, se pueden edificar innumerables historias fantásticas en donde los protagonistas sean varios, siempre con la misma cualidad del hombre polifacético.
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