Enclavada en uno de los bosques más sofisticados de nuestra ciudad –el Desierto de los Leones– existe una peculiar escultura habitacional que se hace llamar la Casa del Árbol.
Ahí –en un universo de formas orgánicas y misticismo al pie de los símbolos tallados hasta en los más pequeños rincones–, se ejemplifica una verdad universal que suele olvidarse cuando pasamos mucho tiempo en la urbanidad: la naturaleza es imprescindible para cualquier ser humano.
La Ciudad de México aguarda algunos espacios boscosos y alegóricos de los que la arquitectura se ha servido para reconectarnos con el entorno natural. A través de una filosofía orgánica –y ciertamente emocional apegada sobre todo a recuperar nuestras raíces biológicas– existen maravillosos sitios como la Casa del Árbol, donde un espacio habitacional se convierte en una pieza de arte o, mejor aún, en una armonía de trazos que la naturaleza y la imaginación del autor se permitieron lograr.
Guillermo Siliceo (alías “Don Memo”) es el arquitecto-escultor que edificó esta magna obra formada por 25 cabañas en un espacio de 12 hectáreas boscosas. Cada una de ellas es un tributo a lo etéreo: se miran trazos irregulares de troncos que simplemente fueron tallados, manteniendo su forma orgánica original; habitaciones asimétricas que atienden al orden de la naturaleza caprichosa de la montaña y una admirable distribución del espacio entre una habitacional y otra, que hacen de cada una de ellas un sendero íntimo para la introspección. Toda esta dimensión armónica es resguardada por un gran portón de madera cuyo tallado frontal ejemplifica a un gran Bonsai.
La Casa del Árbol ciertamente responde por una arquitectura ecológica sustentable (los materiales utilizados en su realización fueron conseguidos en la misma locación y no se cortaron árboles para fabricarlas), incluso en su método para filtrar y reutilizar el agua de lluvia. Sin embargo, lo que hace de este complejo un sitio único son sus símbolos. En cada una de la piezas encuentras bellas alegorías al hinduismo y budismo, entre otros símbolos esotéricos que rescatan la trascendente filosofía de “todo es uno y uno es todo”.
Pero la arquitectura no es lo único de lo que puede hablarse sobre este lugar. La Casa del Árbol es también un sitio musical. Su habitante más distinguido es Sidartha Siliceo (hijo de Don Memo), quien se ha encargado de crear un espacio ideal para ensamblar sonidos y figurar armonías entre el inapelable silencio del bosque. Sidartha es un citarista mexicano cuya trayectoria oscila entre la masterización, producción y composición de obras musicales. En la Casa del Árbol aguarda su estudio –Analog 3D Mastering–, un laboratorio sonoro donde se ha dado a la tarea de masterizar y producir figuras como Manu Chao, Audio Fly y Mobius Strum, además de colaborar musicalmente en la producción de uno de los álbumes de Damian Lazarus y masterizar piezas clave de Massive Attack, Centavrvs, Nine Inch Nails y algunas obras de música clásica.
En su estudio han ocurrido relevantes sucesos musicales, como la creación del soundtrack de 12 filmes en los que se incluye una cinta australiana, la más reciente, de nombre Eternal Youth, y una serie de proyectos más donde destaca la realización de conciertos de cítara en eventos clave del mundo; su banda de deep house, Open Source (donde participa con Daníel Ágúst y los Dj’s costarricenses Mobius Strum) y hasta la fabricación de máquinas de master para engendrar un sonido auténtico especialmente en la electrónica.
Sidartha –quien por cierto es el único músico en Latinoamérica que fue alumno de Ravi Shankar y el único también en graduarse de la carrera de Música Clásica del Norte de la India, en la India– es quien hoy vela por mantener el significado musical, etéreo y onírico de la Casa del Árbol, un sitio ya de por sí entrañablemente mágico.
Los bosques extienden valiosas lecciones (y respiros). Será por ello que cuando visitamos uno como el Desierto de los Leones, el espíritu pide escuchar cada sonido, por sencillo que sea, de entre los múltiples que cohabitan en su armónica. Escuchar al bosque –a los de nuestra improbable ciudad– puede traducirse, quizá, en escucharnos a nosotros mismos, una actividad que difícilmente se logra cerca del concreto; en la urbanidad y su indómita escala de ruidos.
/Fotografías: Archivo MXCity
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