El Cárcamo de Chapultepec no es sólo un edificio cualquiera, es un sitio que seduce a cada visitante de la zona.
Ajeno del ruido urbano, el Cárcamo de Chapultepec es una espléndida oportunidad para pasar un día en los deliciosos rincones de la naturaleza. Se trata de un recorrido en la segunda sección del Bosque de Chapultepec, el cual rinde homenaje al agua del río Lerma que solía abastecer a la ciudad de México.
Al llegar ahí, en Avenida Neri Vela, lo primero que uno se encuentra son los jardines que se restauraron en 2010. Si bien dan un aire a los trabajos arquitectónicos del barcelonés Gaudí, estos jardines mantienen la esencia de la mexicanidad, entre sus cascabeleos y serpientes empedradas que rodean torres entre plantas autóctonas de México. La realidad es que estas torres son una especie de imanes que incitan a descubrir su interior, recobrar sus secretos y detalles entre la maleza.
Esta zona del Cárcamo se ha convertido en una especie de laberinto hipnótico, entre sus jardines, torres y serpientes. Y pese a que a un lado se encuentra el ruido de la Feria, la pureza mítica de este sitio permanece intacta.
Siguiendo los caminos de los jardines, se descubre el museo del Cárcamo. Este pequeñísimo pero imponente espacio que resguarda la tradición, historia y cultura de un México antiguo. Desde la estructura arquitectónica de Ricardo Rivas, la portentosa fuente con la figura de Tláloc y el mural de El agua, el origen de la vida diseñados por Diego Rivera, y la Cámara Lambdoma de Ariel Guzik.
El lugar goza de simbolismo e historia en nuestra ciudad, la cual puede leerse dándole click aquí. Entrar aquí, con el juego de sonidos por la Cámara Lambdoma, y observar atentamente el mural, es un golpe inesperado y fortuito de estímulos placenteros. Es una especie de materialización del arte que llegan al cuerpo de manera ingeniosa y por impulsos naturales. Explica incluso Guzik que:
Un sensor de la sonoridad del flujo del agua, su caudal y el ruido térmico que produce; dos juegos de pipas que integran el órgano de armónicos y subarmónicos; una torre de colección de señales meteorológicas para controlar tesituras y matices de este órgano y un tablero de mecanismos y controles visible por el público. El sensor de la sonoridad del flujo de agua está constituido por elementos sumergibles que detectan la sonoridad y la entropía producida en un cristal semiconductor.
Aporta la señal de ruido blanco que junto con otras señales provenientes de la torre meteorológica, hace fluir los ensambles armónicos y subarmónicos de la cámara. El sistema de colección de señales meteorológicas es un instrumento constituido por múltiples elementos que provee de las señales que determinan los matices en los coros del órgano, de tal forma que las nubes, los cielos nublados, el viento, la lluvia, la llovizna, el cenit, el crepúsculo y los movimientos telúricos producen, en los acordes de la cámara, acentos y tensiones.
La vista en este lugar es hipnotizante. Al posicionarse desde el fondo del edificio, la vista, ingeniosamente diseñada por los juegos artísticos de Rivera, da no sólo al mural subacuático, también a la fuente externa de Tláloc y, a su fondo, una pirámide natural. Es una mezcla perfecta que no sólo atribuye a la creatividad del humano –un mexicano–, también de la naturaleza y la prehistoria. Es una invitación a salir y recorrer cada espacio para observarlo, descubrirlo y desnudarlo por capas.
Si seducir es quedarse en la mente de una persona, el Cárcamo se ha encargado de seducir histórica y culturalmente a todo visitante de este espacio. Pues, de alguna manera, envuelve al visitante para seguir caminando y caminando, tratando de descubrir más secretos.
/ Fotografías: María José Castañeda para MXCity
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