Los fantasmas sólo le contaron sus secretos a Rulfo.
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Era el año 1955, y un escritor de nombre Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno que había nacido en las profundidades de Jalisco (en un pueblo llamado Sayula para ser exactos) presentaba al mundo su primera novela Pedro Páramo. Un relato poco convencional que desde el primer párrafo tuvo el don de hilvanar (con una maestría pocas veces vista) la realidad y la fantasía.
Desde aquella primera edición hasta nuestros días, seis décadas después, este libro es indescifrable. Sabemos que su sola existencia cambió todos los paradigmas de la literatura latinoamericana. Sabemos también que se escribió en tan sólo cinco meses. Juan Nepomuceno y José Arreola se sentaron una tarde, uno frente al otro, a ordenar 68 fragmentos inconexos que había escrito Rulfo en distintos momentos.
Lo que no sabemos, y nunca sabremos, es por qué Pedro Páramo fue la única obra de largo aliento que hiciera Juan Rulfo. Según lo confesó él mismo, su silencio se debió a que había muerto un tío que le contaba las historias. Muchos sospecharon que mentía, pero nadie nunca podría asegurarlo.
Lo que tampoco sabemos es de qué lugar maravilloso nació el universo que el jalisciense inventó. Esos diálogos perfectos que por algún motivo se quedaron deambulando en el tiempo y parecen estar vivos; alguien en algún lugar los repite al infinito. Esos personajes llenos de súplicas y esperanzas iluminados por la luna, con sombras, pasados dolorosos y redenciones y epifanías y las pupilas de los ojos enrojecidas por el campo o por el desierto.
Lo único que sí es una certeza es que si los fantasmas existieran, al único que le contaron sus secretos fue a Juan Rulfo. Basta leer sus delirios, sus poesías, sus ensueños para poder bajar al inframundo y codearnos de cerca con las ánimas atormentadas.
Dicho todo lo anterior, hemos creado una lista con algunos pedazos de Pedro Páramo, útil para cualquiera que tenga la inquietud de con convertirse en un fantasma eventualmente.
Vete a buscar a ti mismo al mismo infierno
Mejor si se llama Comala.
“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. “
Sin saber por qué Juan Preciado sigue diligentemente el último deseo de su mamá y un día se va caminando al pueblo de su progenitor. Sólo al llegar entiende (sin saber por qué) que Comala no es como ningún lugar que ha conocido antes. Ahí sólo es escuchan susurros, y la gente va diciéndose a sí misma soliloquios. Ahí sólo hay el barullo de otra época; plazas vacías, casas abandonadas, un terreno baldío.
Comala es más bien un purgatorio; un sitio en el que los vivos no son admitidos y los muertos no pueden escapar. Una región invisible en la que todos son los hijos de Pedro Páramo.
Olvídate los rostros, acuérdate de los pesares
Lo único que quedará son tus emociones.
Más que un municipio devastado por el paso implacable de la Revolución, Comala es un purgatorio habitado por ánimas que han muerto en pecado. Como buenos espíritus van por ahí sin cara, sin cuerpo, pero con todos los recuerdos de lo que fue su existencia muy nítidos. Estos seres han dejado la vida material, y cuentan desde una tumba su infinita melancolía, sus malas decisiones. Todos son hijos de un cacique y todos recuerdan su propia historia, no tienen miedo recitarla, quizá el único poder que tienen los fantasmas reales.
Date cuenta que estás muerto
Eres tan sólo parte de un recuerdo.
Los habitantes de Comala no se acuerdan que han fallecido y que sólo existen en los recuerdos de quién sabe quién. Quizá por eso, una multitud de almas andan por ahí recitando las tragedias de su vida, sin que nadie parezca escucharlas. Quizá por eso la vieja Eduviges le asegura a Juan que puede hablar con los muertos. Quizá por eso Abundio, ese viejo arriero que en un inicio le muestra el camino a Preciado, no sólo era sordo, sino que también estaba muerto. Quizá por eso los caballos andan por ahí deambulando en el campo sin jinete.
Colama es un gran cementerio de gente que no sabe que se ha convertido en un fantasma de su propia vida.
Siempre vuela cometas con tu amor imposible
Y nunca la olvides.
Todo ser etéreo necesita un gran amor imposible. Pedro Páramo tiene el suyo; se llama Susana San Juan y según sus propias palabras “es la mujer más hermosa que se ha dado sobre la tierra”. A veces recuerda con ansiedad los años de la adolescencia que compartió con ella. Especialmente aquellos instantes en los que los dos se escapaban del pueblo para volar cometas.
“El aire nos hacía reír; juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre nuestros dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un breve crujido, como si hubiera sido destrozado por las alas de un pájaro”