Estas son las madres de la literatura mexicana

Imagen de portada: Vectéezy

Feliz día a aquellas que han sabido embellecer nuestra lengua materna.

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La celebración del Día de la Madre se remonta a la antigua Grecia, cuando los pobladores le rendían honores a Rhea; la progenitora de Jupiter, Neptuno y Plutón. Esta poderosa figura tuvo el don de reciclarse (con nombres diferentes) en las civilizaciones más antiguas de la historia del mundo.  Aunque cada una de estas deidades tenía su propia historia, todas eran poderosas y tenían el secreto más poderoso que ha tenido el hombre: el de fecundidad.

Desde aquellas épocas remotas hasta nuestros días, las sociedades han venerado de distintas formas la maternidad. En Inglaterra del siglo XVII, por ejemplo un domingo en el año se dedicaba a que los niños le hicieran regalos a sus mamás. En Estados Unidos del siglo XIX este día surgió gracias a las múltiples luchas feministas para que la mujer pudiera votar, estudiar y trabajar.

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Asimismo, en nuestro país la celebración del el 10 de mayo nació en 1922, como resultado de un concurso que se publicó en el Excélsior para invitar a los mexicanos a que escogieran un día para conmemorar a las madres, y ganó esta fecha.

A pesar de tener orígenes tan poderosos, en los últimos tiempos, El Día de la Madre ha sido visto para algunos como un retroceso a la hora de buscar equidad en las sociedades. Sin embargo, más que quitar esta jornada, lo importante sería resignificarla, profundizar sus orígenes y devolver esta fiesta a todas las mujeres; porque madre es la que tiene hijos, pero también la que salva personas, la que da la vida por las mejores causas, la que pinta, la que hace pasteles para sus sobrinos y por supuesto la que escribe.

De hecho,  las escritoras tienen otra clase hijos; unos que tienen hojas, se alimentan de letras y son tan demandantes como los reales. En vez de nombres estos críos tienen títulos y en vez de nacer de su vientre, nacen de su imaginación. A estas mujeres que engendran  libros también hay que felicitaras en mayo. 

En honor a lo anterior hemos juntado en una lista a aquellas artistas, que de alguna u otra manera cambiaron con sus poemas, cuentos, ensayos y novela, la literatura mexicana. Por su trayectoria y por todo el legado que dejaron, estas plumas merecen  ser consideras las madres de la literatura mexicana. 

Sor Juana Inés de la Cruz 

Redondillas

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“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?…”

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Inés Arredondo 

La señal

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“Pedro, aplastado, casi vencido, caminaba bajo el sol. Las calles vacías perdían su sentido en el deslumbramiento. El calor, seco y terrible como un castigo sin verdugo, le cortaba la respiración. Pero no importaba: dentro de sí hallaba siempre un lugar agudo, helado, mortificante que era peor que el sol, pero también un refugio, una especie de venganza contra él. Llegó a la placita y se sentó debajo del gran laurel de la India. El silencio hacía un hueco alrededor del pensamiento. Era necesario estirar las piernas, mover un brazo, para no prolongar en uno mismo la quietud de las plantas y del aire. Se levantó y dando vuelta alrededor del árbol se quedó mirando la catedral.

Siempre había estado ahí, pero solo ahora veía que estaba en otro clima, en un clima fresco que comprendía su aspecto ausente de adolescente que sueña. Lo de adolescente no era difícil descubrirlo, le venía de la gracia desgarbada de su desproporción: era demasiado alta y demasiado delgada. Pedro sabía desde niño que ese defecto tenía una historia humilde: proyectada para tener tres naves, el dinero apenas había alcanzado para terminar la mayor; y esa pobreza inicial se continuaba fielmente en su carácter limpio de capilla de montaña —de ahí su aire de pinos. Cruzó la calle y entró, sin pensar que entraba en una iglesia.”

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Elena Garro 

¿Qué hora es?

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“¿Cuántos años hacía que, metido en aquel uniforme verde y dorado, cuidaba la puerta del hotel? Veintitrés años. Así se le había ido toda la vida. Le pareció que solo había abierto la puerta a malhechores. La banda era interminable y los “Buenos días”, “Buenas tardes” y “Buenas noches”, también interminables. Solo la señora Mitre le había dicho al entrar “¿Qué hora son?” La recordó perfectamente: venía seguida de dos mozos que le llevaban las maletas. No era demasiado joven, tal vez ya llegaba a los treinta años. Sin embargo, al pasar junto a él le sonrió con una sonrisa descarada. “Las señoras no sonreían así, solo los muchachos”

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Rosario Castellanos 

Esta tierra que piso 

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“Esta tierra que piso es la sábana amante de mis muertos. Aquí, aquí vivieron y, como yo, decían: Mi corazón no es mi corazón, es la casa del fuego. Y lanzaban su sangre como un potro vehemente a que mordiera el viento y alrededor de un árbol danzaban y bebían canciones como un vino poderoso y eterno.”

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Amparo Dávila 

La señorita Julia

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“Hacía más de un mes que Julia no dormía. Una noche la había despertado un ruido extraño como de pequeñas patadas y carreras ligeras. Encendió la luz y buscó por toda la casa, sin encontrar nada. Trató de volver a dormirse y no pudo conseguirlo. A la noche siguiente sucedió lo mismo, y así, día tras día… Apenas comen- zaba a dormirse cuando el ruido la despertaba. La po- bre Julia no podía más. Diariamente revisaba la casa de arriba abajo sin encontrar ningún rastro. Como la duela de los pisos era bastante vieja, Julia pensó que a lo mejor estaba llena de ratas, y eran éstas las que la despertaban noche a noche.”

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Pita Amor 

¿Por qué me despedí?

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“¿Por qué me desprendí de la corriente misteriosa y eterna en la que estaba fundida, para ser siempre la esclava de este cuerpo tenaz e independiente?”

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Elena Poniatowska 

La noche de Tlatelolco 

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“Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo, muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan, niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click, click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego!, y se doblan para atrás rozando la cortina de satín rojo.”

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