Y un día notaron que el sol siempre regresaba.
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Aunque nuestro pasado prehispánico continúa siendo un inmenso misterio. Las pocas cosas que los arqueólogos e historiadores han logrado descubrir con los años resultan impresionantes. Se sabe por ejemplo, que se hacían sofisticados rituales religiosos. Se sabe que los sacrificios que llevaban acabo eran brutales y se sabe que de tanto en tanto en los antiguos pobladores de México escalaban los volcanes más emblemáticos sólo para ver el cielo.
De acuerdo a algunas crónicas, los primeros habitantes de esta urbe, y sus alrededores, erigieron observatorios astronómicos en la periferia de las montañas. Estos recintos les permitieron generar sus sistemas calendários y crear rituales a partir del movimiento del Sol, los equinoccios y las estrellas.
Para mejorar y significar sus avistamientos, los indígenas usaban un espacio arquitectónico llamado: Tetzacualco. Esta construcción (cuadrada, hecha con pequeños muros de piedra) les permitía realizar una lectura clara de los ciclos del Sol; un fenómeno que ellos conocían como “el eterno retorno” que de alguna manera les permitía explicarse la vida y la muerte.
En este mágico lugar, los investigadores han ubicado a estos observatorios en: El Caracol, El Solitario y Nahualac. Hay que destacar que dos de estos sitios están sorprendentemente alineados con el Sol, lo que habla del enorme conocimiento del cielo que tenían las civilizaciones prehispánicas.
A propósito de estos observatorios originarios, hace unas semanas un grupo de especialistas del INAH encontró dentro de un estanque natural (ubicado en las faldas del Iztaccíhuatl) un maravilloso santuario de piedra que podría haber sido construido como un modelo en miniatura del universo.
Según los especialistas a cargo de las excavaciones, este hallazgo es muy importante. De hecho se cree que lo que se encontró podría tratarse de los restos de un Tetzacualco de piedra que los antiguos edificaron a casi 3,690 metros de altitud. En el sitio también se hallaron una serie de piezas decorativas relacionadas con Tláloc, el dios de la lluvia.
En entrevista, la arqueóloga a cargo de proyecto Iris del Rocío Hernández, aseguró que el significado de lo que se descubrió en el volcán está asociado a un mito mesoamericano que sostiene que el cielo y la tierra se crearon gracias a que un monstruo llamado Cipactli que vivía aguas primigenias, se dividió en partes y generó así la vida.
Noticias como esta nos permiten apreciar mejor el país en el que vivimos. Un lugar en el que el glorioso pasado emerge en todos lados: en el subsuelo, en las montañas y hasta en el cielo.