Nuestra tradición del árbol de Navidad es longeva y sumamente simbólica.
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Algunas tradiciones se han practicado por siglos, es común que en el tiempo se vayan transformando y adquiriendo nuevos valores y costumbre. Tal es el caso del árbol de Navidad, es preciso conocer la historia detrás del símbolo y su origen para poder entenderla desde un ángulo diferente e inclusive continuar su práctica a través de una diferente perspectiva. El árbol de Navidad moderno puede ser entendido como una representación del Árbol de la Vida.
En la tradición pagana se conocían como árboles de Yule, datan de siglos antes de Cristo y por lo general eran pinos en arboledas que se veneraban, como a la Gran Madre Tierra, al ser decorados con velas colgantes. Los paganos llevaban los árboles a sus hogares con la llegada del solsticio de invierno que se produce en el hemisferio norte entre el 21 y 22 de diciembre.
Los árboles simbolizaban el renacimiento y la inmortalidad que se manifestaban en invierno; las luces del árbol y adornos originalmente simbolizaban el Sol, la luna y las estrellas. Las decoraciones de los paganos en Grecia y Siria del árbol de Yule también representaban las almas de los difuntos que se recordaban al final del año y realizaban una entrega de regalos como ofrendas a las deidades Attis y Dionisio. Los romanos actualizaron esta tradición en invierno con la fiesta de Saturnalia, la cual fue adoptada por el cristianismo y luego llamada Navidad.
Los escandinavos creían en Yggdrasil, un Árbol de la Vida que conectaba a la “tierra media” con el “bajo mundo” y el cielo. Los árboles que conectaban mundos también se observaron en Mesoamérica, incluyendo sociedades de Izapa, los olmecas y aztecas. Los mayas adoraban el árbol de Ceiba, que funcionaba como un símbolo de los diferentes niveles en el eje central de la Madre Tierra, al igual que la banda luminosa de nuestra Vía Láctea.
El Árbol de la Vida apareció en muchas sociedades alrededor del mundo. Los egipcios valoraban especialmente a los árboles como símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte, y al igual que los paganos, llevaban los árboles a sus casas durante el solsticio de invierno. Los asirios veneraban a un árbol formado por líneas cruzando una serie de nodos que imitaban el sistema eléctrico del cuerpo humano. Los armenios tallaban el árbol en las armaduras de sus guerreros, dividiendo las ramas de igual forma en el lado derecho y el izquierdo para representar el balance.
El Árbol de la Vida de la Kabbalah tiene un orden de 10 (a veces 11) esferas psíquicas llamadas Sephirot, que cuando se observa dentro de un cuerpo humano, es similar al modelo yogi del Árbol de la Vida que se representa por una compleja red de ramificaciones llamadas “meridianos” (nadis en sánscrito) que canalizan pulsos de prana hacia los chakras y estos procesan la energía del cuerpo humano.
En la alquimia se plasmaba el Árbol de la Vida con siete esferas, estrellas, soles, flores y otros íconos místicos que asemejan a los chakras a lo largo de la espina dorsal. Y fue debajo del árbol Bodhi donde Buda despertó a su propia naturaleza iluminada.
Como muchas otras tradiciones, el árbol de navidad vino de Europa en general, y se dice que particularmente el origen del árbol de navidad se remonta a principios el siglo XVII en Alemania. Aunque ya antes los antiguos habitantes de Europa colocaban manzanas y otros frutos sobre algunos árboles como rito para recibir la primavera y honrar a dioses como Frey, señor del sol y la fertilidad. Pero nada con ese tinte navideño.
Es por eso, que para saber cómo llego a México, primero deberíamos saber cómo surgió en Europa. Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus habitantes celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol perenne, en la fecha próxima a la Navidad cristiana. Este árbol simbolizaba al árbol del Universo, llamado Yggdrasil, en cuya copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); y en las raíces más profundas estaba Helheim (el reino de los muertos).
Se dice que San Bonifacio, un evangelizador de Alemania, tomó un hacha y cortó un árbol que representaba al Yggdrasil (aunque también pudo ser un árbol consagrado a Thor), y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne, simbolizó el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas.
Las manzanas simbolizaban el pecado original y las tentaciones, mientras que las velas representaban la luz de Jesucristo como luz del mundo. Conforme pasó el tiempo, las manzanas y las velas, se transformaron en esferas, luces y otros adornos.
Posteriormente con la evangelización de esos pueblos, los conversos tomaron la idea del árbol, para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado. El árbol es una tradición pagana que fue evolucionando con el tiempo y dependiendo de las regiones geográficas en las que era introducido, o en las regiones en las que se adoptaba la práctica.
Poco a poco se fue extendiendo la práctica por todo Europa pero a mediados del siglo XIX, la iglesia católica creó algo que llamó el “árbol de Cristo”, y lo adaptó como parte de sus costumbres de Navidad que convivían con el tradicional Belén o Pesebre.
Es posible que el primer árbol navideño, como se conoce en la actualidad, surgiera en Alemania, donde se implantó por primera vez en 1605 para ambientar el frío de la Navidad, comenzando así su difusión. A Finlandia llegó en 1800, mientras que a Inglaterra lo hizo en 1829, y en el Castillo de Windsor se vio por primera vez en 1841, de la mano del príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria.
La costumbre de adornar un árbol en los hogares españoles fue traída en el año 1870 por una princesa de origen ruso llamada Sofía Troubetzkoy, que tenía alianzas con los borbones. Parece ser que la primera vez que se colocó un árbol navideño en España fue en Madrid, durante las navidades del año 1870, en el desaparecido palacio de dichos nobles, el palacio de Alcañices, ubicado en el paseo del Prado, esquina con la calle de Alcalá.
Esta tradición, como muchas otras ha tenido sus “libertades creativas” ya que difícilmente un árbol crecía en medio del desierto en la Jerusalen donde se dice que nació Jesucristo. Mucho menos un pino. Tampoco había esferas, ni botas colgadas en las paredes, mucho menos había un río en medio del desierto. Y claro que ya sabemos que las estrellas en el cielo no son de puntas, sino rocas muertas a millones de kilómetros de distancia.
Hoy en día, se agregó la idea de poner regalos para los niños bajo el árbol, enviados por los San Nicolás o también conocido como Santa Claus (y Papá Noel) o los Reyes Magos, dependiendo las costumbres de la zona donde se encuentre.
Así que fue en el siglo XIX, que la idea de árbol de Navidad llegó a México. Se cuenta que se le vio por primera vez cuando el Palacio Imperial de Chapultepec amaneció emperifollado con la brillante novedad traída directamente de Europa por orden de Maximiliano de Habsburgo, recién llegado Emperador en 1864, quien arribó a costas mexicanas el 28 de mayo de 1864, para instalarse en el castillo de Chapultepec luego de haber rechazado palacio Nacional como residencia oficial debido a las chinches.
La decoración causó tal furor que la aristocracia mexicana la adoptó de inmediato, desplazando temporalmente a los nacimientos de su protagonismo navideño. Y es que, desde su llegada a México, los “divinos” Maximiliano y Carlota se imponían en moda y normas ante la sociedad mexicana.
Al año siguiente, en 1865, los mismos emperadores casi “cancelan” la navidad al proclamar el 24 de diciembre día de luto nacional por la muerte del padre de Carlota, el rey de Bélgica, Leopoldo I, pero los único que guardaron el protocolo que ordenaba el ceremonial de la corte fueron los conservadores.
Cuando Maximiliano fue fusilado, se desprestigiaron las costumbres fomentadas bajo el imperio y su corte, así que el árbol de Navidad cayó en desuso. Pero en 1878, el general Miguel Negrete, considerado el mayor enemigo político de Porfirio Díaz y ministro de guerra durante la presidencia de Benito Juárez, retomó la tradición del árbol, luego de quedar muy impresionado por los árboles que conoció durante sus viajes a Europa y Estados Unidos.
Él instaló un árbol navideño en su casa descrito así por la prensa: “el árbol sembrado de luces, cubierto de heno, extendía sus ramas a una gran distancia, y contenía como 250 juguetes, entre los que cada invitado tenía derecho a elegir uno designado por un número que de antemano se repartió; los objetos consistían en juguetes de muy buen gusto y aún de lujo”.
La población adoptó la tradición alcanzando mayor auge a mitad del siglo pasado, siendo de cuño burgués, afrancesado, y sí, como en el siglo XIX, seguimos poniéndole heno y nacimiento al árbol de navidad.