Entre el arquetipo y la locura: la figura del vagabundo

¿Acaso hay manera más genuina de honrar

el camino que descartar el destino?

Las ciudades son ecosistemas complejos, incontables pulsos reunidos, intercambiando energía, generando fricción, colaborando, compartiendo un espacio físico y psicoemocional. A partir de la interacción que alojan estos sitios se van definiendo identidades, tribus, y personajes que ocupan distintos roles dentro del eufórico engranaje.

Entre la miríada de elementos que desfilan en las ciudades, una figura particularmente interesante es la del vagabundo. Sin rumbo, sin pertenencias, avanzando siempre en la periferia de la conciencia. Estos personajes son locos, pero también caminantes; son derrotados, pero también libres y, en cierto sentido, son hijos predilectos de las devas urbanas.

Sólo ellos están fuera de los ritmos de tiempo y espacio acordados en un masivo contrato social. El tener poco o nada que perder, ni horas ni pertenencias, les da una envidiable libertad que el resto vemos desde la tribuna –y es que ellos son artífices exclusivos de su propia narrativa.

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Patronos de la calle, nómadas que ponen en jaque la esterilidad uniforme que el resto practicamos –no oponiéndose a ella, sino sólo ignorándola con espectacular honestidad–, estos seres se mantienen al filo de la fantasía, pero enraizados siempre en el concreto, transmutando basura y persiguiendo algo que no buscan aprehender. Le fou del Tarot, un flujo de locura en la ciudad que, callejeramente funcional, demuestra una habilidad de supervivencia y adaptación casi mimética, el vagabundo es, hasta cierto punto, la misma calle, sus sombras y cambios de temperatura, su amuleto.

Desde niño me da la impresión que los ‘sin rumbo’ guardan para sí información valiosa, inaccesible para los demás. Al igual que los perros, quizá, ven fantasmas junto a nosotros; ellos tal vez perciben flujos paralelos sólo abiertos para aquel que se rindió, en el mejor sentido de la palabra, y lo soltó todo a favor de la ligereza.

En la ciudad de México, como suele ocurrir en la mayoría de las grandes capitales en el mundo, los vagabundos son habitantes distinguidos, algo así como los verdaderos portadores de “las llaves de la ciudad”. Particularmente gustan de ciertas zonas, probablemente porque son en las que no son molestados, pero con un poco de suerte podrás encontrar alguno en la mayoría de barrios que visites. En todo caso, si sientes el llamado a intercambiar palabras o trenzar miradas con un vagabundo, te recomiendo que camines en los alrededores del Centro Histórico de la ciudad –el ombligo es siempre buena coordenada; ellos lo saben.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis


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