La imaginación de Javier Senosiain no puede ser capturada en una jaula arquitectónica de líneas y ángulos rectos.
Sus casas son espacios orgánicos, psicodélicos, que recuerdan más a escenas de ciencia ficción en otro planeta que a cualquier cosa a la que estemos acostumbrados. Gaudí o Edward James son de los pocos referentes a los que podríamos remitirnos para contextualizar estas piezas.
Cuando recorres los habitáculos de Senosiain algo se rompe, se derrumba tu concepción de lo que la arquitectura debería ser, de esas rígidas cajas en las que nos hemos acostumbrado a vivir y que dan forma rectangular a cualquier pensamiento que se expande dentro de ellas. Cuando ves una de estas casas simplemente piensas que así deberían ser: una extensión del paisaje y sus colores, y no un agresivo cubo gris que se incrusta y aplasta lo que tiene debajo.
Los diseños de Senosiain no sólo responden a un capricho plástico sino que surgen de la necesidad de ajustarse a la propia topografía del lugar y a su orientación. Todo está pensado para que la iluminación y la ventilación se aprovechen al máximo, haciendo que el espacio cambie a cada hora del día mientras el Sol lo recorre, generando la temperatura ideal en cada estación del año.
Ciertamente, estos espacios lisérgicos no son para todos. Esta sensación de estar dentro de otro ser, de un lugar autocontenido que a pesar de su fluidez y su sensualidad permite pocos cambios, puede ser poco favorable para algunos usuarios. Sin embargo, son espacios cómodos y confortables, que pueden generar una paz inesperada para el que logra percibirla.
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