Chicomecóatl es la gran diosa del maíz personificada en la mazorca

La gran diosa del maíz que le ofreció a los humanos la primera tortilla.

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Chicomecóatl era la diosa mexica de la subsistencia, en especial del maíz, y  principal patrona de la vegetación y diosa de la fertilidad. En náhuatl chicome significa siete y coatl serpiente, algo así como siete serpiente. Esta deidad representa la parte femenina de Centéotl, que en la mitología mexica es el dios del maíz y el patrón de la ebriedad.

A Chicomecóatl se le podría llamar también Xilonen (la peluda), refiriéndose a las barbas del maíz en vaina, se la consideraba “joven madre del jilote (maíz tierno)”, así era protectora de una de las fases del ciclo del maíz.  Xilonen también podía ser llamada Centeocíhatl y se encontraba casada con Tezcatlipoca.

El culto a Chicomecóatl se da sobre todo durante el periodo cultural medio, su culto se centraba en el mes huei tozoztli (del ayuno prolongado) que se sitúa en septiembre. Entonces los altares de las casas eran adornados con plantas de maíz y en los templos se bendecían sus semillas, mientras le era ofrecida en sacrificio una joven decapitada que representaba a la diosa, cuya sangre se vertía sobre una estatua de Chicomecóatl, mientras que con su piel, una vez desollada, se vestía un sacerdote.  Por otra parte Xilonen también recibía sacrificios humanos el 24 de junio para conseguir una cosecha abundante.

En los códices mexicas tenía pintados de rojo cuerpo y rostro y con los atributos de Chalchiuhtlicue, como su tocado (una especie de mitra de papel) y pequeñas líneas sobre sus mejillas. En las esculturas lleva en cada mano una doble mazorca de maíz. Los nombres calendáricos en el lenguaje adivinatorio que llevan el numeral siete significan semillas, en pocas palabras, “siete serpientes” es la denominación secreta del maíz, al igual que las pepitas de calabaza se denomina como “siete águilas”.

 Chicomecóatl representa el concepto sagrado de la fertilidad que tenía significativa vigencia más allá de los límites de Tenochtitlan. Durante las festividades del culto a Chicomecóatl, el pueblo ayunaba cuatro días durante los cuales colocaban espadañas junto con las imágenes de los dioses, cortadas y con sangre de partes de cuerpo humano como orejas y piernas que se obtenían mediante el autosacrificio.

Los jóvenes de ambos sexos pedían limosnas en las casas donde se encontraban colgadas las fotos. El pueblo frente al templo de la diosa, ofrecía todo tipo de maíz, frijoles y chía. También los niños que se juntaban y que se compraban, en el primer mes, eran sacrificados en esta celebración con el fin de obtener lluvias. La celebración de este culto hacia Chicomecóatl, estaba dirigida a la creación de las semillas del maíz para asegurar su continuidad vital y obtener su principal mantenimiento.

La deidad del maíz se desdobló también en una serie de diosas relacionadas con Cintéotl, el “dios mazorca”, que era la personificación de la mazorca (cintli  en náhuatl). Cintéotl era hijo de la diosa de la tierra y del dios solar. Es de notar que las diosas del maíz se agrupaban según edades: el maíz tierno, Xilonen, diosa del jilote, y Chicomecóatl (“Siete Serpiente”), quien también era una diosa joven que personificaba el crecimiento del grano del maíz.

Chicomecóatl formaba una tríada con las diosas Chalchiuhtlicue, patrona del agua de las fuentes y lagunas, y Huixtocíhuatl, diosa de la sal y de la fertilidad del mar. De acuerdo con Sahagún, “estas tres diosas eran las que mantenían a la gente popular”. En las fiestas del calendario mexica, a cada una de estas diosas les correspondía una fecha que también representaba un momento significativo del ciclo agrícola anual.

Su templo recibía el nombre de Chicometéotl Iteopan.  En el ámbito de la Madre Tierra, sustentadora de la existencia humana, Chicomecóatl, era alabada con este canto:

Siete-mazorcas, ya levántate, ¡despierta (…)!

¡Ah, es nuestra Madre!

Tú no nos dejarás huérfanos:

Tú te vas ya a tu casa, el Tlalocan.

Siete-Mazorcas ya levántate, ¡despierta…!

 ¡Ah, es nuestra Madre! Tú no nos dejarás huérfanos:

Tú te vas ya a tu casa, el Tlalocan.

El pueblo cantaba esta canción que se consideraba más bien como un himno para despertar a Chicomecóatl o Chicomolotzin, en pocas palabras se imaginaba como a la vegetación dormida. Se pensaba que el grano que era sembrado iba al paraíso del este que era lugar donde se unían la fertilidad-abundancia-resurrección llamado Tlalocan, que era un mundo del color rojo como la vestimenta de la diosa y del maíz joven, diferente del blanco maíz maduro que está asociado al oeste, a Teteoinan-Tochi, diosa de la tierra.