Pareciera un proceso natural que, al alcanzar cierto tamaño y tráfico, un aeropuerto empiece a ser poblado por los más singulares personajes. Quizá esto pueda parecer extraño al principio, pero se calcula que un aeropuerto como el Heathrow de Londres es hogar de alrededor de unas 100 personas, las cuales han decidido permanecer allí por muy diversos motivos.
En este sentido, el aeropuerto de la ciudad de México no ha sido la excepción. No es poca la gente que ha pernoctado o pasado varios días durmiendo con su maleta como almohada en alguna banca o en los pasillos, pero son sólo dos las personas que han pasado tanto tiempo en la terminal como para volverse noticia.
El primero y más célebre fue Hiroshi Nohara, un ciudadano japonés que durante 2008 vivió 117 días en la terminal 1. Al principio pocos notaron su presencia, pero al pasar los días pronto los mitos empezaron a anidar en los espacios vacíos que dejaba su historia. Lo único que se tenía en claro es que había llegado al aeropuerto haciendo una escala para ir a Brasil, pero llegando a México simplemente decidió quedarse. No había motivos para correrlo; su visa era válida y contaba con un boleto abierto de regreso.
Muy poco se supo de él a pesar del ruido mediático. Las televisoras y los periódicos, hambrientos de información, tuvieron que construir sus versiones de lo sucedido a través de las especulaciones de la gente que trabajaba en el aeropuerto, pues el japonés, a pesar de permanecer siempre sonriente y afable, era para todos un misterio. Entre los entrevistados hay quien asegura que era un hombre con dinero, que al principio comía en los restaurantes caros y compraba ropa en las boutiques, aunque pasaba la noche durmiendo en los pasillos. También se rumoraba que el motivo de su estancia era una decepción amorosa o que simplemente permanecía allí para establecer un récord (muy difícil de batir, pues el iraní Mehran Karimi Nasseri pasó casi 18 años de su vida viviendo en el aeropuerto Charles de Gaulle de París).
Lo cierto es que, cuando su caso ya alcanzaba fama mundial y su vida era seguida por la prensa todos los días como en un reality show, Nohara vivía gracias a la comida que los turistas y los restaurantes le regalaban. Además de las cosas que traía consigo, los negocios le proporcionaban playeras y artículos promocionales, con la esperanza de hacerse un poco de publicidad cuando el japonés saliera en la televisión. A pesar del mal olor que despedía después de semanas sin bañarse, su fama hacía que las personas se acercaran a su mesa en el área de comida rápida para tomarse fotos y pedirle autógrafos. Prácticamente no hablaba nada de español y sus únicas pláticas fueron con un intérprete al que confesó que no sabía por qué estaba ahí, no tenía realmente una razón, simplemente había sucedido.
Así transcurría la vida de Hiroshi Nohara cuando un día, sin más, salió del aeropuerto detrás de una misteriosa mujer a la que los medios han llamado Oyuki. Dos semanas después, nuestro personaje apareció de nuevo en el aeropuerto cargando algunas bolsas con ropa limpia y tomó su vuelo de regreso. Nada más se ha sabido de él desde entonces.
El otro caso se dio a conocer hace apenas unos meses. Durante varias semanas se desconoció la identidad y la nacionalidad de Jung Suk Ho, una mujer surcoreana que vivió 122 días en el aeropuerto, desde el 26 de septiembre de 2013 hasta principios de este año. Al igual que Nohara, se paseaba por el área de comida rápida de la Terminal 1 comiendo gracias a lo que le dejaban los paseantes y aseándose en los baños, donde varias veces al día entraba y salía para limpiar obsesivamente algunos platos y unos palillos.
La historia de Jung Suk Ho es en apariencia simple: llegó desde Corea del sur a México, donde un familiar que se suponía pasaría a recogerla nunca apareció. Fue así que una espera de unos minutos se convirtió en una estancia de 122 días de interminables vueltas por la terminal arrastrando una maleta roja, rutina que sólo terminó cuando un grupo de funcionarios de la embajada de Corea se presentó en el aeropuerto y se llevaron consigo a la mujer.
Son muchas las preguntas que surgen de estas historias. No es fácil imaginar qué sucedió en su vida como para que de pronto se conviertan en una especie de náufragos que, a pesar de estar rodeados de un interminable flujo de gente, se encuentran varados en una isla de silencio. Los aeropuertos pueden ser espacios extraños: tienen una vida insomne, sus puertas nunca cierran; parecieran el lugar más improbable para refugiarse, pero estos individuos (que para la mirada de los locales se vuelven una especie de seres ferales) han logrado, a pesar de todo, hacer de este no-lugar su guarida.
Imagen superior: Marcela Montano, quien permaneció varios días sin salir del aeropuerto de Cancún
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