La historia de los Viveros de Coyoacán comienza a inicios del siglo XX, cuando el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo donó una hectárea al sur de la ciudad para establecer un vivero que sostuviera las necesidades de reforestación de la capital. Durante los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz y los primeros de Francisco I. Madero, Quevedo fue el artífice del sistema de áreas verdes de la ciudad, un esfuerzo inédito y hasta ahora único, que incrementó en 800% la superficie arbolada y de parques del Distrito Federal. La iniciativa de los viveros fue apoyada primero por José Yves Limantour, Secretario de Hacienda y después por Díaz mismo quienes, convencidos por el ingeniero, emprendieron la adquisición gubernamental de 39 hectáreas de terreno que a la postre se convertirían en los Viveros de Coyoacán.
Actualmente, este parque funciona como lugar tanto de recreación como de deporte. A casi cualquier hora del día es posible ver a personas corriendo entre sus árboles, y los fines de semana llegan familias y parejas que sólo pasean por las veredas. Asimismo, es de destacar que mantiene su labor como proveedor de árboles para la reforestación de la ciudad, con el cultivo de especies como el ahuehuete, el encino, el fresno, la jacaranda, el trueno (en sus variedades común y lila) e incluso otras un tanto exóticas como el ginkgo y el liquidámbar. Algunos de estos árboles se entregan gratuitamente a personas u organizaciones interesadas en preservar la vida arbórea de CDMX.
Asimismo, otra parte importante de los Viveros es la llamada exposición permanente de flores, un espacio donde floricultores ofrecen el producto de su labor: cactáceas, suculentas, helechos, bromelias, geranios, rosas, azucenas, árboles frutales, bugambilias, jazmines, gardenias, heliotropos, azaleas y muchas variedades y especies de plantas, todas de notable calidad y sobre todo hermosura, cuidadas con amor para que cualquiera pueda llevarlas a su casa.
En suma, una visita a los Viveros de Coyoacán es uno de los puntos de contacto con la naturaleza que todavía se encuentran en la ciudad, uno que además puede trascender el momento y, en más de un sentido, volverse parte de tu vida cotidiana.
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