La refinada obsesión por los objetos cotidianos: el Museo Franz Mayer

Cuando se trata de coleccionistas, siempre salta una duda a la mente: ¿nos encontramos ante personas con la peculiar habilidad de observar en los objetos esa aura mágica que los recubre de historia y valor, o estamos simplemente ante hombres obsesivos con una alta vulnerabilidad emocional, que se aferran a los objetos porque la materialidad les permite aliviar el desasosiego?

Conducta patológica o pasión por el arte, los coleccionistas de las grandes ligas, esos de gustos exquisitos y bolsillos repletos de dinero, dedican su vida a conformar acervos majestuosos que reconstruyen la memoria y nos permiten estructurar el tiempo.

Una de las colecciones más grandes e imponentes de Latinoamérica se exhibe en el Museo Franz Mayer, localizado en la Plaza de la Santa Veracruz, frente a la Alameda Central de la ciudad de México, en un edificio que data de la segunda mitad del siglo XVIII.

Este museo debe su nombre al coleccionista alemán cuyo legado alberga: Franz Gabriel Mayer-Traumann Altschul nació en Mannheim, Alemania en 1882, y llegó a la ciudad de México en 1905, lugar que le fascinó a tal grado que en 1933 decidió nacionalizarse mexicano.

Mayer comenzó a coleccionar objetos en 1909, práctica que se intensificó luego de la muerte de su esposa, María Antonieta de la Macorra. Su refinada obsesión coleccionista se caracterizó por centrarse en objetos decorativos de uso cotidiano y lo llevó a reunir 10 mil piezas, de las cuales hoy sólo se exhibe el 20% en el museo, debido a la falta de espacio.

De Mayer también destaca su interés por repatriar y reunir arte novohispano y por ser un coleccionista seducido por El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, libro del cual adquirió 736 ediciones en 13 idiomas diferentes, entre las que destacan el primer libro editado en Valencia en 1605, la segunda edición tirada en Bruselas en 1607 y la primera edición inglesa, que data de 1612 y de la que sólo quedan tres ejemplares en el mundo.

El Museo Franz Mayer abrió sus puertas al público en 1986, 11 años después de la muerte del hombre que reunió la colección de objetos antiguos que llenan las salas de este recinto, donde podemos encontrar desde tapices, cerámicas esmaltadas, piezas de platería fina y muebles hasta óleos, grabados y libros.

El Franz Mayer es un museo que nos permite suspendernos en el tiempo y que nos cuenta las historias que se esconden entre las hendiduras de las finas maderas que reposan arropadas por las fibras de los tapices y que relucen fundidas en la platería, de igual manera que lo hicieron en aquel tiempo en que un coleccionista vivió obsesionado por poseerlas.


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