La Casa Xochiqueztal, el hogar donde la vejez y la experiencia de la prostitución se reconcilian

Prostituta, zorra, puta, perra, mujerzuela, callejera; palabras que llenan la boca de incomodidad, tosquedad y hasta vulgaridad. Las utilizamos en honor a las “servidoras sociales”, como un sinónimo de algún insulto a las mujeres que empoderan a su cuerpo y sexo. 

En nuestra ciudad las vemos en las bulliciosas calles de Nuevo León, Buena Vista, Sullivan y La Merced, entre otras. Casi todas cuentan con historias similares: el abuso sexual en repetidas ocasiones (y en la mayoría, por algún familiar), drogadicción, problemas económicos y, eventualmente, la vejez. 

Con este estilo de vida, el día al día de algunas de estas mujeres se define como: “Mientras que el cuerpo aguante y me sigan pelando, para qué desperdicio ¿verdad? De todos modos, el cuerpo se lo van a comer los gusanos; mejor que se lo coman los cristianos”1. Así, ellas deciden continuar seduciendo a través del “caliche”, a pesar de que vivieron abusos sexuales por parte de familiares o esposos, y viven “estando sin estar”2, actuando de la única manera en la cual consideran que no serán lastimadas; que inconscientemente se congelan y se someten ante algún factor estresante, defendiéndose con mordidas y uñas; que viven dificultades por los cambios físicos, hormonales y psicológicos derivados de la vejez; que el mundo en el que han vivido alrededor de 60 años, empieza a convulsionar hasta estallar eventualmente en mil pedazos; que la clientela empieza a disminuir conforme sus cuerpos envejecen; que pierden cierta autonomía e independencia, sintiéndose inútiles, estorbosas e aisladas del único estilo de vida que conocen.

Vivir del amor en la tercera edad no es fácil. Y hasta ese momento, ellas se dan cuenta de que es un deber y una necesidad dedicar una seria atención a sí mismas. Por esta razón nació, en 2006, la Casa Xochiquetzal, un hogar para las trabajadoras sexuales de la tercera edad. Carmen Núñez, antigua amante del “caliche”, se dedicó a buscar apoyo de figuras públicas como Marta Lamas, Elena Poniatowska, Jesusa Rodríguez, para solucionar la problemática de las condiciones precarias en las que viven las mujeres de esta profesión. Y después de instaurar un nuevo sistema gubernamental que proporcionara una vida digna a estas mujeres, el Gobierno del Distrito Federal autorizó el préstamo de un inmueble en el Centro Histórico para habilitarlo como albergue de atención integral. 

Su nombre, Xochiquetzal, rinde honor a la diosa azteca de la actividad erótica y de las relaciones sexuales ilícitas, asociándose con las prostitutas cuya finalidad no era la procreación (N. Quezada). De ese modo la casa da hogar a estas mujeres, a quienes se les ofrecen cuidados médicos y psicológicos, apoyo económico y alimenticio. Ellas se apropian de este inmueble para mantenerlo, dentro de sus capacidades, como si fuera su propio hogar: preparando sus alimentos, realizando la limpieza, disfrutando de la libertad de pasear o laborar en su especialidad, etcétera. 

Gracias a su fortaleza tanto física como psíquica, las habitantes de la casa Xochiquetzal se convirtieron en resilientes, quienes no sólo fueron las protagonistas de un momento efímero sino también de increíbles obras de arte. Como el estudio fenomenológico Las amorosas más bravas, cuyas autoras, Celia Gómez Ramos y Bénédicte Desrus, trataron de convertirlas en una sonrisa de empoderamiento a través de la cámara y la literatura. Y aunque “la mayoría [de las habitantes] le dice que no al amor”, como dijo Celia Gómez en alguna ocasión, tanto la casa como el libro son una panacea al dolor para cautivarlas a vivir con alegría, tristeza, dolor, creatividad, sensualidad, seguridad física, apoyo grupal, resiliencia y mayor comprensión de sus vivencias. Además, las autoras no sólo decidieron hacer un llamado de atención en relación con esta situación precaria de las sexoservidoras, sino también realizar una aportación económica con un porcentaje de la venta de cada libro. 

Las mujeres de la casa Xochiquetzal continúan cargando el estigma de la locura moral desde 1910, aquella enfermedad mental característica de las mujeres que no se conforman con los modelos de domesticidad femenina. Y es en ese arquetipo que ellas, prostitutas e indecentes, son el lado oscuro de la sociedad y la vejez, que merece una importante toma de conciencia y atención. Sin embargo estas son, de algún modo, pruebas de la resiliencia de cada ser humano a lo largo de 70 años; de su increíble capacidad de apagar la luz y sonreír en la oscuridad; de echar de menos los abrazos, aceptando que nada es para siempre; de decir adiós para adquirir una mejor comprensión de la vida. 

Informes para donaciones y voluntariados.

Twitter de la autora: @deixismj

1  Gómez Ramos C. y Desrus B., Las amorosas más bravas (2014).

2 Cuando un niño o una niña está expuesto recurrentemente a situaciones de abuso, su única reacción de adaptación o defensa ante el estímulo de peligro es la disociación. Es decir, dado que no tienen fuerza física ni psíquica para defenderse, tratan de dominar o tolerar el estrés del peligro. Aprenden a separar los elementos dolorosos (como el miedo), negándolos de la conciencia a través de la sumisión ante la situación o, incluso, la seducción, para evitar un daño más fuerte. “Su cuerpo no puede enfrentar al agresor ni tampoco puede huir de la amenaza; así que la única opción es estar sin estar” (Castillo I., 2014).


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