Cuenta la leyenda que, tras años de errar desde Aztlán –cuya ubicación exacta aún ahora se desconoce–, el pueblo mexica llegó a un islote cercano a la ribera occidental del lago de Texcoco, donde la reencarnación del dios Huitzilopochtli se encontraba sobre un nopal mientras devoraba a una serpiente. Fue así que, en 1325, la gran ciudad de Tenochtitlán se fundó y con ella, uno de los pueblos más poderosos de su época tanto en Mesoamérica como en el mundo entero.
La mezcla entre la leyenda y la fundación de Tenochtitlán impacta en la premisa misma de su existencia. Se trata de una serie de fantasías místicas, creencias trascendentales y estrategias de guerra. Pero ¿qué tanto el mito encandila a la realidad de este pueblo?
La Crónica Mexicana de Hernando de Alvarado Tezozómoc embellece la leyenda afirmando que los mexicas llegaron a tierra perdida, descubriendo que…
… persuadidos del demonio Huizilopochtli, llegaron a la bella ciudad, que es ahora Mexico Tenochtitlán, porque el día que llegaron en esta laguna mexicana en medio de ella estaba y tenía un sitio de tierra y en él una peña y encima de ella un gran tunal; y en la hora que llegaron con sus balsas de caño y carrizo hallaron en el sitio la bella piedra y tunal y al pie de él un hormiguero, y hasta encima del tunal una águila comiendo y despedazando una culebra; … [sic]
Sin embargo, de acuerdo con excavaciones arqueológicas, este islote de México estuvo habitado antes del siglo XIV por un pueblo que se estableció en la zona de México-Tlatelolco –la “gemela” del norte de México-Tenochtitlán–. Por lo que, cuando los mexicas llegaron a la cuenca lacustre del valle de México –formada por los lagos de Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco–, sometieron a los territorios de alrededor, formando islas artificiales en los bajos de la laguna con el fin de ganar tierras para el cultivo y la construcción de poblados. Fue así que la gran México-Tenochtitlán se convirtió en un atlépetl –entidad étnica y territorial, cuyos pueblos indígenas mesoamericanos contaban con una organización social y política en el periodo Posclásico–, tras el establecimiento de una alianza con Texcoco y Tlacopan.
Podría decirse entonces que el pueblo mexica descubrió un sitio estratégico para dominar pueblos aledaños, apoyándose en el mito fundador, donde el dios del Sol bendecía a su mismo pueblo con la presencia de su reencarnación. Inclusive se ha llegado a creer que el mito fundador se formuló durante el gobierno de Itzcóatl, desde 1427 hasta 1440, con el fin de afirmar una especie de apoyo divino a su supremacía sobre los demás habitantes del valle de México. De hecho se cree que este gobernador mandó a hacer una quema general de libros para reescribir la historia al gusto de los mexicas sin que hubiera fuentes anteriores y contrarias al simbolismo nacional. Así, el águila sobre el nopal y la serpiente en el pico es conocido por todos los mexicanos como el escudo de su país relacionándose con la época prehispánica.
En un principio, el águila era una representación del dios sol, Huitzilopochtli; el nopal, también llamado tenochtli, simbolizaba a la isla sobre la ciudad de Tenochtitlán en la que fue fundada; mientras que la serpiente personificaba a la sabiduría. No obstante, con la llegada de los españoles, la presencia de la serpiente tuvo una ligera alteración en su traducción: en la crónica de Mexicayotl de Hernando de Alvarado de Tezozómoc se tradujo del náhuatl ihuan cohautl izomocayan –la serpiente silba– a “la serpiente es destruida”–. Esto inmediatamente convirtió a la serpiente, símbolo de sabiduría de Quetzalcóatl, en una figura del mal y el pecado –original, el cual, en la cultura judeocristiana es la sabiduría–. Por lo que, tras siglos de interpretación heráldica europea, el águila se convirtió en la representación del pueblo mexicano, cuya pose combativa encarnaba la fuerza para enfrentar los retos de la tentación tanto terrenal como espiritual, de la vida y del mundo.
La realidad es que el escudo mexicano, símbolo patrio de uno de los países con mayor reconocimiento mundial, es la personificación arquetípica de este ensamblaje cultural en la que vive cada mexicano dentro y fuera del territorio. Se trata de realmente de las experiencias contemporáneas de una mexicaneidad crucialmente mestiza, empoderada, trascendental e, inclusive, sanadora, cuyos símbolos, debida y correctamente utilizados, tienen el poder de convertir a un mexicano en uno de los individuos más poderosos del planeta.
Fotografía principal: México en imagen
Twitter de la autora: @deixismj
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