La literatura, como otras artes, es en esencia una expresión de la subjetividad. Sin embargo, esto no quiere decir que se trate de un soliloquio comprensible únicamente para el autor, sino justo lo contrario.
Una obra de arte se vuelve tal cuando paralelamente expresa la visión de mundo de una persona y condensa el espíritu de su tiempo, en ambos casos de manera fragmentaria, ese episodio en el que sujeto y época se encuentran y se reconocen. “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”, escribió alguna vez Jacques Lacan.
A continuación compartimos este recuento que involuntariamente resultó histórico, pero no a la manera de una narración canónica u oficialista, sino dese esa historia que se hace cotidianamente, con nuestros actos más habituales, nuestras decisiones subjetivas que, sumadas, vienen a conformar el relato mayor de la Historia.
La sombra del caudillo, Martín Luis Guzmán (1929)
En otro post hemos hablado de cómo esta novela, aunque es esencialmente política, dibuja uno de los mejores retratos jamás hechos de la ciudad, de manera sutil, fina, una evocación en el sentido más poético de la palabra. La ciudad de la década de 1930 se encuentra ahí, perfectamente cristalizada.
Casi el paraíso, Luis Spota (1956)
La ciudad también tiene un rostro cosmopolita, y a veces vaya que se esfuerza en mostrarlo. Esa ironía es en parte el fundamento de esta que muchos consideran la mejor novela de Luis Spota, un escritor prolífico que en este caso plasmó la sociedad capitalina del “medio siglo”.
El complot mongol, Rafael Bernal (1969) / Cuartos para gente sola, J. M. Servín (2004)
Aunque se trata de dos escritores de generaciones muy distintas, ambos se encuentran en la tradición de la literatura negra, pulp, aquella que miró hacia las márgenes de la sociedad y no encontró más que crimen, traiciones, impunidad y corrupción. La historia de Bernal transcurre en nuestro modesto Barrio Chino, en la calle de Dolores del Centro Histórico, y la de Servín en la periferia de la ciudad, pero en cierta forma puede decirse que las dos comparten el mismo territorio.
Las batallas en el desierto, José Emilio Pacheco (1980)
Un clásico contemporáneo de nuestra literatura. Una joya de la nostalgia que capturó de una vez y para siempre, como en una instantánea, la vida de la clase media mexicana en la ciudad de los 40.
México, ciudad de papel, Gonzalo Celorio (1998)
En este ensayo –que originalmente fue el discurso con el que Gonzalo Celorio ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1997–, el también profesor universitario recorre la historia de nuestra ciudad que ha transcurrido en hojas de papel, es decir, en su literatura, sus crónicas, sus poemas y toda ese lenguaje escrito que palabra a palabra también la ha edificado.
Chin Chin el teporocho, Armando Ramírez (1971) / Picardía mexicana, Armando Jiménez (1960)
Otro par de libros que aunque un tanto lejano en tiempo, guardan cierto grado de fraternidad. En este caso, la que nace en la vida de barrio, en esa población hecha fundamentalmente de obreros, comerciantes y alguno que otro vagabundo que, amén de otros rasgos característicos, se distingue también por su uso singular del lenguaje. Para conocer los giros del habla popular capitalina –del caló a los albures– es necesario leer concienzudamente estos libros.
La gota de agua, Vicente Leñero (1983)
Leñero podría figurar en esta lista con su novela más conocida y celebrada, Los albañiles (1963), cuyos hechos ocurren también en la ciudad, pero preferimos incluir un relato quizá menos conocido pero no menos emblemático en torno a la vida capitalina: La gota de agua. Los hechos de la novela tienen un pretexto indudablemente chilango: la interrupción del servicio de agua y la odisea que implica restituirlo.
Instrucciones para vivir en México, Jorge Ibargüengoitia (1990) / Viaje al centro de mi tierra, Guillermo Sheridan (2011)
En MXCity hemos hablado del preciso ángulo irónico con que estos dos escritores han observado los hechos de la ciudad. Otro ejemplo de autores que aunque separados en tiempo, están hermanados en estilo y, en este caso, sobre todo en esa contradictoria forma de amor que profesan a la ciudad, queriéndola desde sus defectos.
Musa callejera, Guillermo Prieto / Don Artemio, Artemio del Valle Arizpe
El siglo XIX mexicano existe, entre otros lugares, en las obras de Guillermo Prieto y las crónicas de Artemio del Valle Arizpe. La vida de a pie, de personas comunes y corrientes como cualquiera de nosotros está ahí: en los versos de la Musa callejera y las líneas de Don Artemio.
El testigo, Juan Villoro (2004)
Una de las novelas más ambiciosas de Villoro que, en el caso de los capítulos que transcurren en la ciudad, nos devuelve el reflejo de esa capital que se preparaba para entrar a la década de los 2000, entre el fin de un régimen y el inicio de otro.
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