A lo largo de su vida Conlon Nancarrow realizó una de las aventuras más significativas.
Dentro del mundo cultural mexicano del siglo XX exiliados de aquí y allá fueron acogidos en nuestro país sin demasiados miramientos e integrados con bastante generosidad a la vida local, como sucedió con Max Aub o Mathias Goeritz.
Algunos otros como el poeta peruano César Moro pasaron brevemente por México y siguieron su camino. Moro tuvo un amante en estas tierras y esa relación produjo las exaltadas Cartas a Antonio, lamentablemente poco conocidas por los lectores mexicanos, y que recrean una intensa experiencia de encuentro entre dos seres humanos. Aaron Copland luego de su estadía en la capital durante los agitados años treinta compuso, seducido por los ambientes que frecuentó, su obra Salón México que dirigiera por primera vez Carlos Chávez en 1937. Menos conocidos que los anteriores hubo otros creadores que también hicieron de este país, de la Ciudad de México, su lugar residencia. Entre ellos llegaron artistas y escritores norteamericanos como Edward Dalhberg o George Oppen, que con menos proyección que Copland desarrollaron proyectos excepcionales.
El compositor Conlon Nancarrow realizó una importante contribución a la música contemporánea desde México. Al igual que su antecesor Scott Joplin nació en Texarkana, Arkansas, el 27 de octubre de 1912 y murió en la Ciudad de México el 10 de agosto de 1997. Estudió en Cincinnati y Boston, en donde recibió clases de Nicolas Slonimsky, Walter Piston y Roger Sessions. Tocó la trompeta en la orquesta de su escuela y más adelante en una banda de jazz con la que viajó a Francia. Se incorporó al partido comunista de su país y unido a la brigada Abraham Lincoln manejó una ambulancia durante la Guerra Civil española. A su regreso a los Estados Unidos le fue negada la visa.
Llegó a México en 1940. Se casó por primera vez con Suzanne Stephens, amiga de Diego Rivera, Frida Kahlo y Anaïs Nin. Vivió en la Ciudad de México muy cerca de la avenida de Las Águilas. Su casa fue diseñada y decorada en parte por el arquitecto Juan O’Gorman. (En la portada de la editorial alemana Wergo de sus Estudios está la fotografía de un mosaico de una mano que realizó también O’Gorman). Se nacionalizó mexicano en 1956. Posteriormente, se casó con la japonesa Yoko Sugiera, arqueóloga destacada con quien procreó a su único hijo.
Luego de décadas fuera de los Estados Unidos, volvió en 1981 para asistir al Festival de Música de San Francisco, donde participó en una mesa de discusión dedicada a su persona. En 1990 viajó también a Colonia para recibir un homenaje, en éste el experimentado grupo Arditti interpretó sus Cuartetos de cuerda uno y tres. Además, Irvine Arditti estrenó a nivel mundial Contraption No. 1, pieza para violín y piano mecánico. A la Ciudad de México vino a visitarlo Frank Zappa quien aprovechó ese encuentro para perfeccionar su synclavier.
En México —como sucede con otras experiencias artísticas de calidad realizadas al margen del poder cultural y los medios de promoción que éste articula— su participación en el panorama musical fue limitada y gozó de poca estima. Luis Ignacio Helguera cuenta en su artículo “Nancarrow en la Academia de Artes” que sólo se ejecutaron en México dos conciertos suyos, uno en Bellas Artes en los años sesenta, promovido por Rodolfo Halffter, con muy poca asistencia, y otro más realizado en la sala Manuel M. Ponce, con la mitad del cupo del lugar, treinta años después. Helguera relata que el músico norteamericano vivió durante décadas dando clases de inglés. Paradójicamente a este último detalle, Nancarrow poseía, según Juan Carlos Garda, un importantísimo “archivo personal y una biblioteca, considerada una de las más repletas y variadas del país, que después fue otorgada a la Fundación Paul Sacher de Suiza, dos años antes de su fallecimiento”. Una parte de esa biblioteca era de estudios antropológicos, la otra, era sobre sexualidad.
A lo largo de su vida Nancarrow realizó una de las aventuras más significativas e individuales dentro de la historia de la música occidental. Su obra, de una originalidad infrecuente, obligó a compositores como Mario Lavista a inventar términos nuevos, como el de “politempo canónico”, para explicar su obra. Nancarrow recuperó la tradición de la música polifónica, que llegó a su máxima expresión con músicos como Johann Sebastian Bach y Carlo Gesualdo. El canon fue una de las formas musicales que más utilizó; sin embargo el tratamiento que hizo de éste fue muy personal. Sus referencias abarcaban no sólo la música culta, pues escuchaba músicas étnicas sin prejuicios, el jazz de Louis Armstrong y Bessie Smith, así como los blues de “Fatha” Hines, los huapangos y la música africana de distintas regiones.
Para su trabajo utilizó además las investigaciones de Henry Cowell, compositor imprescindible para la vanguardia musical. Sus primeras piezas Toccata y Sonatina, obras para violín y piano respectivamente, ya eran difíciles de ejecutar. Su Trío para clarinete, fagot y piano nunca fue interpretado por la incapacidad de los ejecutantes para hacerlo bien. Lo anterior lo obligó a buscar un instrumento que le permitiera trabajar de un modo más controlado, con el que pudiera liberarse de los intérpretes. Entonces encontró la pianola.
Al inicio de los años cuarenta no existían los sintetizadores, así que el piano mecánico resultó la única salida para la ejecución de sus complejas construcciones de voces y ataques de notas a velocidades vertiginosas. Comenzó así la elaboración de los Estudios, obra en proceso que ocupó el tiempo total de su existencia. Compuso más de cincuenta estudios, apenas cinco horas de música.
Cada uno de ellos implicaba exigentes cálculos matemáticos y la perforación meticulosa de los rollos de papel que organizaban los golpes de los martinetes de sus pianolas modificadas. En una carta a Charles Amirkhanian, reconocido crítico, György Ligeti, compositor emblemático, escribió: “El pasado verano, encontré en una tienda de París los discos que usted hizo con Conlon Nancarrow. Escuché la música e inmediatamente me entusiasmé… Esta música es el más grande descubrimiento desde Webern y Ives… Por favor comuníquele a Nancarrow de mi interés y entusiasmo… Su música es totalmente original, disfrutable, constructiva y al mismo tiempo emotiva. Para mí, es la mejor música escrita por un compositor actual”.
La UNAM publicó hace tiempo un libro de Julio Estrada sobre Nancarrow. En la portada se ve su estudio, una cueva que O’Gorman planeó explícitamente como laboratorio del músico, y que sigue ahí, a unas cuadras del Periférico y Las Águilas, esperando su reconocimiento.
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