Los rarámuris, los de los pies alados, son la cuarta parte del territorio del estado de Chihuahua; son los habitantes de la Sierra Tarahumara, en la parte más alta de la Sierra Madre Occidental; son los indígenas belicosos que creen en la vida después de la muerte y en la existencia de seres benévolos y malévolos; son la tribu que adoraba al sol y la luna, celebrando victorias bélicas, la caza de animales y la cosecha agrícola.
La palabra rarámuri, cuya castellanización se derivó a “tarahumara”, significa “pie corredor”, “los de los pies ligeros”. Se dice que sus antepasados provenían de Asia, principalmente Mongolia, quienes atravesaron el estrecho de Bering hacía unos 30 000 años; sin embargo, recientes descubrimientos de vestigios humanos indica que los primero pobladores de la zona fueron los cazadores de la megafauna del Pleistoceno –hace alrededor de unos 15 000 años–. Inclusive se dice que cada grupo tenía su dialecto de la lengua tarahumara y sus gobernantes, quienes se encargaban de proteger contra etnias vecinas y garantizar el orden de la tribu.
Desde entonces, los trashumaras basaron su economía en la agricultura de maíz, calabaza, chile y algodón, y la caza; su religión politeísta en la existencia de seres benévolos –como el sol, la luna, el médico, las serpiente y las piedras– y malévolos –como los señores del inframundo que causaban muerte y desastres naturales–; realizaron rituales comunales, adorando al sol y la luna a través del peyote. Inclusive en el extracto del libro El río, exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica de Wade Davis, se explica este tipo de rituales:
Para los tarahumaras el peyote era el hikuli, el ser espiritual sentado al lado del Padre Sol. Era una planta tan potente que portaba cuatro caras, percibía la vida en siete dimensiones, y a la que nunca se podía permitir reposar en el hogar de los vivos. Para recoger el hikuli los tarahumaras viajaban lejos, hacia el sureste, más allá de las estribaciones de la sierra, en el desierto. Allí encontraban la planta al escuchar su canción. El hikuli nunca deja de cantar, incluso después de ser recolectado. Un hombre le contó a Lumholtz que al volver al desierto había tratado de usar como almohada su bolsa de hikuli. Su canto era tan alo que no podría dormir.
Ya seguros en casa, los tarahumaras extendían el hikuli en mantas que luego pringaban por encima con sangre, para luego guardar con cuidado las plantas secas hasta que las mujeres estuvieran prontas a molerlas en un metate hasta convertirlas en un espeso líquido ocre. Se hacía una gran hoguera, con leños orientados hacia el este y el oeste. Sentado al oeste del fuego, un chamán trazaba un círculo en la tierra dentro del cual dibujaba el símbolo del mundo. Colocaba en la cruz un botón del peyote y lo tapaba con una calabaza invertida que amplificaba la música y placía al espíritu de la planta. El chamán lucía un tocado de plumas, que le infundía la sabiduría de los pájaros y evitaba que los vientos malignos entraran en el círculo de fuego. Después de las porciones el peyote pasaban de mano en mano y hombres y mujeres envueltos en telas blancas y descalzos empezaban una danza que duraba hasta el amanecer. Luego, a la primera señal del sol, el chamán y su gente se paraban hacia el este y se despedían con los brazos del hikuli, el espíritu que había descendido llevado por las alas de palomas verdes, para partir luego en compañía de una lechuza.”.
Por otro lado, la vestimenta de los rarámuris es realmente importante. Por un lado, las faldas de las mujeres son muy apreciadas al vestir muchas a la vez, una encima de otra, las cuales sirven de tanto de adorno de mil colores como de abrigo. Por otro lado, los tagoras, el calzón de manta que llevan los hombres, se componen de un cinturón tejido con dibujos propios, los cuales utilizan para sostener pantalones, zapatos y faldas. Además llevan la koyera, una cinta para mantener el cabello, tanto hombres, mujeres como niños; de hecho, es la prenda más distintiva del pueblo tarahumara.
El mundo de los rarámuri es complejo e hipnotizante, que se necesita más de una reseña para comprenderlo del todo. Quizá ni siquiera el lente del fotógrafo holandés Bob Schalkwijk logró reunir toda la esencia de este pueblo indígena; sin embargo, a través de la exposición Tarahumara en el Museo Nacional de las Culturas Populares, rinde un homenaje a la belleza de los habitantes de la Sierra Tarahumara.
La exposición consta de 35 imágenes –de 75 000– que muestran la interacción de los rarámuri con la naturaleza hace más de 50 años, que el artista llegó a México y emprendió un viaje al hogar de esta tribu. A través de tenues luces de blanco, negro y color, Schalkwijk capturó retratos y paisajes de los elementos básicos del pueblo tarahumara, como la solemnidad de sus retratos, las formas de supervivencia y la riqueza de sus hábitos, costumbres y ceremonias.
Museo Nacional de las Culturas Populares
Avenida Hidalgo 289 , Esquina con Allende
Col. Del Carmen
C.P. 4100, Deleg. Coyoacán
México, Ciudad de México
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