Ariel Guzik (México, 1960) además de inventor es músico y un diletante de la naturaleza y los organismos vivos. Con la idea en mente de construir una obra de arte que haga posible la comunicación a través de vibraciones, Guzik ha creado numerosos arquetipos que permiten, por ejemplo, escuchar las ondas cerebrales o la luz del sol.
Pareciera que el arte o la ciencia no tienen límites, sin embargo muchas veces los tienen. Ello, como consecuencia de un pensamiento generacional que traza las reglas sobre qué arte está a la vanguardia de lo socialmente permitido y qué no; bajo qué leyes se permiten idear inventos y cuáles se arrojan al contenedor de las fantasías.
Pero si pensáramos más allá de estos bloques generacionales, y dejáramos fluir con confianza la imaginación, inesperadas cosas podrían ocurrir (¿y qué hay mejor que lo fortuito para idear nuevas cosas?). Es el caso de los inventos de Ariel Guzik, un peculiar artista mexicano, creador de una serie de artefactos únicos en su tipo.
Como bien se sabe, el sonido es una vibración. A partir de él se ha podido establecer lo que llamamos el habla pero también otros tipos de lenguaje. Al ser un medio de transmisión de información tan importante, Ariel Guzik ha jugado con las ondas sonoras para recrear sus proyectos musico-científicos.
Se le recuerda con su invención de nombre Nereida, en 2007, un cilindro de cuarzo que sumergió en el Mar de Cortés y con el que intentó encontrar una forma de lenguaje directo para entender a delfines y ballenas grises.
También está su bellísimo Laúd Plasmath, un instrumento de cuerda creado bajo la técnica tradicional de laudería. Con el –y por medio de un sensores electromagnéticos – ha podido entablar comunicación con las plantas: primero captando las vibraciones de éstas y a la postre devolviendo la señal con una armonía hermosa proveniente del laúd.
Otro de sus inventos musicales es la prodigiosa Cordiox, una máquina inspirada en el monocordio de Pitágoras, capaz de amplificar “la voz de universo”, la música de las esferas, o el sonido que producen los planetas y el cosmos, imperceptible para el oído humano (aunque no para el invento de Guzik). La música de las esferas, advertía Pitágoras, era confundida muchas veces con el silencio; lo que hizo básicamente Guzik con este aparato fue detectar las mínimas vibraciones dentro del silencio y amplificarlas.
Pero con Cordiox, Guzik nos presentó más que una revelación científica de profundo significado. El Cordiox es en sí una obra de arte, un poema, quizá. Porque además de poseer 172 cuerdas para captar vibraciones, también posee un corazón de cuarzo que las hace vibrar.
Las obras de Guzik –como él la llama naturalista y arte interespecies– es, aunque poco común, una admirable muestra de que que el arte puede y sabe trascender límites de la mano de la ciencia: “No está de más que haya pilotos que naveguemos fuera de ese gran sendero, dejando que la intuición y el pensamiento mágico tengan un poquito más de caudal”.
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