La gastronomía mexicana revive historia, cultura y biodiversidad de un país en crecimiento.
En el libro Elogio de la Comida Mexicana, de la editorial Artes de México, Gloria López Morales escribe acerca de que para entender el sistema alimentario mexicano es necesario llevarlo más allá del pensamiento como “un nutrimento físico o parte fundamental del buen vivir”, sino como “elemento fundamental de una cosmología en la que funge como la energía misma del universo.”
Para ella, la cocina mexicana fue una propuesta para ser considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad, pues apeló criterios apegados a la cultura, su antigüedad y biodiversidad, su historia y carácter ceremonial y ritual del alimento, su identidad y cohesión comunitaria. Quizá por esta razón sólo los mexicanos seamos capaces de ver al maíz, frijol y chile como referencias fundamentales, e incluso sagradas, de la vida tanto individual como colectiva de México.
Tanto para el mexicano como para los estudiosos de la gastronomía, la cocina mexicana se ha reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO por sus repercusiones en la vida de miles de millones de personas. En palabras de López Morales, la gastronomía del país representa la soberanía alimentaria, la producción de alimentos, el apego a los principios de justicia, limpieza y sustentabilidad, “pregonados por grandes movimientos que en el mundo se dan a la tarea de trabajar a favor de las cocinas tradicionales y de los productores del campo que defienden el consumo local de la comida propia.” De modo que la comida mexicana hizo frente a la tradicional manera de ver la comida mediante su increíble capacidad de evolucionar, generando un diálogo entre la preservación de tradiciones y costumbres, y la innovadora ecosustentabilidad desde tiempos prehispánicos.
De algún modo, el hecho que se haya nombrado la comida mexicana como Patrimonio Cultural de la Humanidad fue una medida de salvaguardia:
“La dieta tradicional mexicana, una dieta que incurre en graves riesgos de degradación y pérdida de sus valores originales si no toma en serio las tareas de rescate y salvaguardia que corresponden tanto a las políticas gubernamentales como a la acción de todos aquellos implicados en la cadena alimenticia.”
Esto significa que es indispensable que, a la hora de elegir un chile en nogada sobre unas costillitas a la BBQ, estamos ayudando a preservar nuestra cultura culinaria. De alguna manera se trata de concebir nuestra gastronomía con orgullo, riqueza y poder, pues es la que “mejor expresan la creatividad de quienes las preparan y recrean. […] que permiten la supervivencia y la calidad de vida de quienes hacen producir la tierra.” Y se tiene que ir más allá de preferir un platillo nacional sobre uno extranjero –aunque valga la pena probar los segundos de vez en cuando–, se tiene que transmitir de generación en generación; se tiene que recrear constantemente generando una interacción con la naturaleza e historia, infundiendo identidad, diversidad cultural y creatividad humana.
En otras palabras, la decisión de la UNESCO fue desafiante frente a las otras gastronomías del mundo, pues la mexicana es irreverente, diferente, rebelde. Se trata de un:
sistema culinario de mayor complejidad, [el cual] trasciende una serie de prejuicios y de apreciaciones estereotipadas acerca de la comida, vista únicamente como un plato en el momento de presentarlo a la mesa, considerada escuetamente como el elemento que satisface circunstancialmente el hambre y sin relación alguna con el ámbito social, ni con el proceso productivo, con todas sus consecuencias en el contexto global. La cocina constituye en sí un modo de vida y una expresión cultural que propicia la relación social y evolución humana. […] la UNESCO en buena medida removió inercias y despertó conciencias para seguir hurgando a través del pensamiento en el significado del patrimonio cultural, en la complejidad de sus representaciones y símbolos en su función como motor de la energía civilizatoria.
Y uno de los ingredientes más importantes de la comida mexicana es el maíz, el cual ha estado en la creación del hombre desde la cultura maya hasta nahua. Ambas culturas plasmaron su pensamiento en la palabra escrita, inmortalizando la sabiduría del hombre antiguo y la bondad de los dioses, creadores y formadores que dotaron del alimento que sustentaría a la humanidad. Incluso Eduardo Matos Moctezuma explica que el hombre hizo a los dioses a su imagen y semejanza, dotándolos de virtudes y defectos: “Los dioses aman, sufren, odian, nacen y mueren al igual que los hombres, pero están revestidos de poderes inaccesibles para éstos. Uno de ellos es el don de la inmortalidad.” Los hombres pusieron en mano de los dioses aquello de lo que carece y los dioses, concebidos por el hombre, se apoderaron de su destino y “exigieron que se les rindiese pleitesía por medio de rituales y cantos, de ofrendas y sacrificios, en los que el hombre ofrecía su cuerpo, como alimento a los dioses, su vida, como retribución de aquel acto creador. El pacto quedó establecido.” Por ejemplo, en la leyenda de la creación del hombre maya, encontrado en Popol Vuh, se recita:
Y así encontraron la comida y ésta fue la que entró en la carne del hombre creado, del hombre formado; ésta fue su sangre, de ésta se hizo la sangre del hombre. Así entró el maíz por obra de los Progenitores.
Y de esta manera se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites, abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas y abundante también en pataxte y cacao, y en innumerables zapotes, anotas, jocotes, nanches, matasanos y miel. Abundancia de sabrosos alimentos había en aquel pueblo llamado de Paxil y Cayalá.
Había alimentos de todas clases, alimentos pequeños y grandes, plantas pequeñas y plantas grandes. Los animales enseñaron el camino. Y moliendo entonces las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas, hizo Ixmucané nueve bebidas, y de este alimento proviene la fuerza y la gordura y con él crearon los músculos y el vigor del hombre. Esto hicieron los Progenitores, Tepeu y Gucumatz, así llamados.
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