Este lugar fue uno de los centros sociales más famosos del porfiriato.
En 1872 el empresario italiano Sebastián Pane, introductor de la técnica de perforación de pozos artesianos, responsables, nada más y nada menos, de que en las casas hubiera agua, (no drenaje, sólo un pozo para tener agua al alcance de la mano), inaugura un balneario frente al monumento a Colón, ubicado entre las calles de Atenas y Versalles. Este lugar, del que queda poco registro en la actualidad, era conocido como “la alberca Pane”.
La inauguración de un sitio como este, representaba todo un acontecimiento, casi como encontrar un oasis en el desierto, ya que en el México del siglo XIX, donde para obtener un jarro de agua había que caminar hasta la fuente más cercana, se habían puesto muy de moda los baños públicos que representaban una opción cómoda para los habitantes de la ciudad, no todos, sólo aquellos a los que les alcanzaba para pagar la cuota de entrada.
Pane ofrecía a sus usuarios baños de vapor, baño turco o hammam (variante de baño de vapor), sauna, regaderas, terapias curativas, salas de masaje, gimnasio, escuela de natación, peluquerías, cantina, sala de lectura y una gran alberca; todo esto ambientado por una orquesta en vivo que deleitaba los oídos de los asistentes; de hecho una de las orquestas habituales era dirigida por el famoso compositor mexicano Juventino Rosas, quien también acompañaba a su grupo tocando el violín.
La alberca Pane se convirtió en un centro social de fin de semana, donde la gente asistía a nadar, convivir y participar en todas las actividades que este centro ofrecía. Sebastián Pane no escatimaba en gastos, organizaba festivales acuáticos, competencias, actos de escapismo, trucos de magia bajo el agua, saltos mortales, entre otros. Se dice que los domingos cuando el reloj marcaba las 11 de la mañana, los administradores arrojaban patos vivos a la alberca para que los usuarios pudieran capturarlos y tras hacerlo tenían la opción de llevárselos a casa o comérselos ahí.
En 1912 la llegada del drenaje a los domicilios por decreto del entonces presidente Francisco I. Madero marca el inicio de la lenta muerte de este lugar, que se daría definitivamente en los años treinta y que continuaría con la inminente desaparición de los baños públicos. A pesar de su poca concurrencia, actualmente todavía podemos encontrar algunos baños en ciertos puntos de la ciudad que continúan lo que fuera esta común tradición originalmente decimonónica.
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