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Muchos estudiosos del mundo azteca creen que Ometéotl es una divinidad filosófica debido a la ausencia de templos.
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Ometecuhtli es una deidad azteca conocida como el “Señor de la Dualidad” o Señor de la Vida, y representaba un aspecto del universo cósmico siendo Omecíhuatl su contraparte femenina, la “Doble Dama” o “Dama de la Dualidad”.
En el universo azteca se incluye lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad, el movimiento y la quietud, el orden y el caos pero Ometecuhtli fue el único dios azteca al que no se le erigió ningún templo, ni hubo ningún culto formal activo en su nombre, ya que los aztecas asumieron que nunca interactuaría con ellos directamente, pero estaban conscientes de su presencia en cada acto ritual y en cada ritmo de la naturaleza.
Ometecuhtli está representado por símbolos de fertilidad y adornado con mazorcas de maíz. Se creía que era el responsable de liberar las almas de los infantes de Omeyocan en preparación para los nacimientos humanos en la tierra.
En 1992 Richard Haly escribió un artículo titulado Bare Bones: Rethinking Mesoamerican Divinity donde se postula que se debe dudar de la existencia de Ometéotl, posiblemente porque se podría considerar que creer en Ometéotl acepta la noción de una deidad suprema como en la tradición occidental y que Miguel León-Portilla, quien argumentó contundentemente a favor de la existencia de Ometéotl en La Filosofía Náhuatl pero que simplemente inventó la palabra Ometéotl.
Esto también porque las fuentes primarias no mencionan a Ometéotl directamente, una gran mayoría de los historiadores y eruditos mesoamericanos pasados y presentes, a menudo citan fuentes que se refieren a una pareja creadora celestial original, aunque con un nombre diferente.
En 1904, que un erudito alemán Eduard Seler, en sus Comentarios al Códice Borgia, sugirió que estos seres creadores supremos eran el ‘producto de la especulación filosófica’, nacidos de la necesidad que los humanos siempre han tenido por una Primera Causa.
León-Portilla desarrolló la idea de los sabios ancianos mexicas (tlamatinime) discutieron, filosofaron y lucharon con la cuestión de dónde residía Ometéotl, concluyendo, en algunos textos como la obra de Sahagún, que la respuesta estaba en el ombligo, el centro de la tierra.
Para 1971, otro gran estudioso de los aztecas, HB Nicholson, planteó un esquema pionero para categorizar y darle sentido a la gran cantidad de deidades del panteón azteca: firmemente en la cima propuso El Complejo Ometéotl: extenso grupo de deidades que eran aspectos de una única deidad paterna, celestial, creadora fundamental, expresaba mejor este tema.
La concepción básica era la de un poder generativo primordial, sexualmente dualista, personificado en una deidad concebida tanto como bisexual, así como una pareja masculina-femenina, siendo los padres primitivos tanto de los dioses como del hombre.
Como podemos ver, Ometéotl, reflejada discursos, metáforas y significados diversos. La idea de Ometéotl como principio cósmico, como Madre y Padre, como una deidad dualista, como una fuerza autogeneradora, como espíritu “soplado” en el corazón de cada nuevo bebé, como la “personificación de la divinidad”; Ometéotl parecen ser poderoso.
Al final, parece ser que la conclusión de Miguel León-Portilla sigue siendo tan decisiva como siempre: “Detrás de la aparente confusión de todo el panteón náhuatl estaba el omnipresente Ometéotl…”