Foto destacada: Alcaldía Xochimilco
El amaranto formaba parte de la dieta y rituales mexicas y durante mucho tiempo fiue prohibido.
El amaranto es una de las flores moradas más hermosas de nuestro país, y con la que se hacen las famosas alegrías, atoles, agua fresca, y otros platillos tradicionales. Su nombre científico es Amaranthus, del griego arnárantos, y en náhuatl se llama huahtli, que significa “la partícula más pequeña dadora de vida”.
Esta planta se ha cultivado y consumido en México desde hace miles de años; se han encontrado semillas de una especie de amaranto en la cueva de Coxcatlán, Tehuacán Puebla, con una antigüedad de seis mil 500 años. Desde 2017, el 15 de octubre, es el Día Nacional del Amaranto. Para los mexicas, el amaranto fue tan importante como el frijol y el maíz, incluso el tlatoani Moctezuma recibía cada año cerca de cuatro mil toneladas como tributo de otros pueblos.
Pero el amaranto fue un producto prohibido durante la Colonia; en gran parte porque los mexicas formaban figuras de sus deidades con la semilla molida del amaranto, que mezclada con miel de maguey, se llamaba tzoalli.
Se ha investigado que el Imperio Azteca exigía un tributo a sus pueblos gobernados que tenía que pagarse en huautli, la planta del amaranto, de donde se extraían las semillas para tostarlas y transformarlas. Aunque se habla de que el amaranto se usaba de distintas formas, una de las que ha sobrevivido, siendo de las más populares, era mezclar el amaranto con miel de agave, con la que se hacían figuras de animales e incluso de dioses.
Se dice que los mexicas relacionaban al amaranto estaba ligado con Huitzilopochtli, por lo que durante las fiestas dedicadas a este dios se hacían figuras con su silueta, mismas que se comían porque era como consumir un pedacito de la deidad.
Aunque también se habla de que en general fue una forma, bastante creativa, por cierto, de personificar y sacralizar a diversas deidades, que luego consumían en diversos rituales. Algunas de las deidades a las que se les daba forma fueron Tezcatlipoca, Quetzalcóatl, Tláloc, Chalchiuhtlicue, Coatlicue, Xiuhtecuhtli, Chicomecóatl, Matlalcueye, Iztactépetl y Opuchtli.
Estas figuras se hacían con la misma técnica con la que hoy se hacen los dulces de amaranto, como las alegrías. Pero igual que muchas oras prácticas, esta tampoco le agradaba a los españoles, por lo cual prohibieron el cultivo y consumo del amaranto, con lo cual estuvo en riesgo de desaparecer.
Como sabemos, para los europeos el proceso de evangelización fue complejo, ya que muchas costumbres litúrgicas y religiosas de los pueblos originarios no empataban con la visión occidental; además de que muchas prácticas fueron consideradas ajenas a la religión católica.
Según relatos de Bernal Díaz del Castillo, cuando Hernán Cortés descubrió el uso ceremonial de las semillas de amaranto, prohibió inmediatamente su consumo, puesto que pensaba que era un sacrilegio el hecho de poderse “comer” a su dios.
Esta prohibición hizo que la producción de amaranto decayera durante varios siglos, provocando que se dejara de cultivar esta planta en buena parte del territorio nacional, lo que la puso al borde de la extinción. Por fortuna, las condiciones del amaranto, que se puede adaptar prácticamente a cualquier clima y condición del terreno, hicieron que prevaleciera a pesar de la prohibición.
Gracias a las virtudes naturales del amaranto, hoy en día podemos consumir uno de los alimentos con mayor cantidad de proteínas, vitaminas y minerales, que es considerado como un superalimento. De hecho, científicos de la NASA eligieron al amaranto como parte de la dieta de los astronautas que viajan a la Estación Espacial Internacional, ya que es ligero, versátil y muy nutritivo.
Asimilismo, el amaranto y la alegría de Tulyehualco, Xochimilco, fue declarada en el 2016 Patrimonio Cultural Intangible de la CDMX. En este poblado de la Ciudad de México se conserva la tradición de su cultivo en chinampas, sustentadas en conocimientos ancestrales.
Además, Tulyehualco reclama la denominación de origen del amaranto, pues este pueblo de la capital y algunos de Morelos mantuvieron su cultivo pese a las restricciones de la época de la Colonia.