Al norte de la Ciudad de México, en uno de los territorios que más cuenta con habitantes en todo el país, se encuentra la delegación Gustavo A. Madero. Se trata de una de las 16 de esta índole en la capital mexicana. Y es que después de Tlalpan, es la zona con más población de toda la ciudad.
Su fundación data de la época prehispánica, fue un sitio donde los evangelizadores arribaron para levantar sus templos y comenzar con una nueva forma de vida. Y sin duda la religión fue una de las características que se encargó de permear la idiosincrasia de este territorio.
Existen evidencias que aseguran que la zona de la delegación Gustavo A. Madero fue poblada alrededor del año 1000 a.C. Se han hallado restos que podrían indicar que una comunidad agrícola habitaba el territorio. Y es que la historia afirma que la cultura zacatenca se asentó en este valle y fue allí donde encendieron el Cuarto Nuevo Fuego a manera de ritual.
En lo más alto del cerro del Tepeyac, en lo que solía ser la costa del lago de Texcoco, habitaba un pequeñísimo pueblo de indígenas nahuas. Durante la época prehispánica, esta comunidad precolombina se encargaba de proteger la entrada a la calzada del Tepeyac, pues se trataba de un camino que daba acceso a Tlatelolco y Tenochtitlán a través del agua.
La característica principal del lugar era la aridez. El cerro estaba repleto de maleza, sin embargo, los indígenas lo creyeron ideal para adorar a la diosa mexica Chalchihuitlicue, Matlalcueye o Tonantzin. Se trataba solamente de una deidad, a quien los mexicas reconocían como la madre de todos los dioses.
La fiesta de Tonantzin era una muy importante para su cultura. No se sabe con certeza cuándo o cada cuánto se celebraba esta festividad, pero se cree que personas de otras zonas viajaban largas distancias para ser parte de ella.
Cuando los españoles llegan al territorio azteca y toman la ciudad de Tenochtitlán, el capitán Gonzalo de Sandoval acampa con su ejército en el cerro del Tepeyac. Más tarde los españoles bautizarían el área como “Tepeaquilla”.
El 9 de diciembre de 1531, una virgen de piel morena se le aparece al indígena Juan Diego. Este suceso da inicio a la mística y a la historia mágica del Tepeyac.
A raíz del hecho se funda un pueblo a los pies del cerro, se convierte en villa y goza de un gobierno propio. Para el 3 de diciembre de 1563, gracias a un acta del Ayuntamiento de México, el lugar pasa a ser nombrado “Guadalupe”.
La Villa de Guadalupe fue clave en la historia política de nuestro país, pues fue en la sacristía de la basílica donde se firmaron los tratados de paz entre México y Estados Unidos el 2 de febrero de 1848.
Actualmente, la celebración de la Virgen de Guadalupe tiene reconocimiento a nivel mundial y se lleva a cabo cada 12 de diciembre en todos los rincones del país. Es sin duda uno de los símbolos más emblemáticos de la cultura mexicana.
Y no es sorpresa que la Basílica sea el segundo lugar de carácter religioso más visitado en todo el mundo, después del Vaticano. Más de 20 millones de personas visitan este santuario cada año. La Villa de Guadalupe se ha convertido en un destino obligado para todo aquel que visita la Ciudad de México.
El arquitecto Pedro de Arrieta comenzó la construcción de la primera basílica dedicada a la Virgen de Guadalupe en marzo de 1695. El día 1 de mayo de 1709 abrió sus puertas, con un solemne novenario, y en 1749 recibió el título de colegiata, es decir, que sin ser catedral, posee su propio cabildo. Su portada es exenta y simula un biombo, las cuatro torres octagonales de sus esquinas (coronadas con talavera amarilla con cenefa azul, lo mismo que la cúpula del crucero) tienen un significado asociado a la Nueva Jerusalén, la Jerusalén de oro, mencionada en el Apocalipsis (Ap 21, 18).
La basílica cuenta con la Capilla del Cerrito, Tepeyac, es la parroquia donde se recuerda el milagro de las flores frescas y la primera de las apariciones de Santa María de Guadalupe. Tiene el Cementerio del Tepeyac, el único camposanto de la época virreinal que aún se encuentra en actividad construido en 1740, y finalmente cuenta con la Capilla del Pocito, un templo ubicado en las cercanías de la falda oriente del cerro del Tepeyac construido de 1777 a 1791 y diseñado por el arquitecto Francisco Guerrero y Torres.
Se dice que fue edificado sobre un pozo de aguas “milagrosas” de donde bebían las personas y lavaban sus heridas los enfermos, hasta que se convirtió en foco de infección. Para controlar las epidemias se impidió el acceso directo al pozo y se construyó una techumbre sencilla, pero las peregrinaciones continuaron.
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