Usualmente pensamos que la Historia se refiere únicamente a los grandes acontecimientos, ahí donde grandes personajes toman decisiones que repercuten en la vida de miles o millones, en los sucesos que parecen tener suficiente dignidad o impacto para colarse a las memorias, las crónicas, el registro de los historiadores.
Sin embargo, no es así, o no exactamente. La Historia, por decirlo de alguna manera, se hace al hilo de los días, y tan importante como la firma de un acuerdo es la manera en que una persona común se entretiene, si hoy en la mañana desayunó café o chilaquiles, si se transporta en metro o en automóvil propio, con quién se reúne habitualmente y por qué. Eso, desde cierta perspectiva, también es histórico, aunque a veces no lo consideremos así.
Esta introducción nos sirve para hablar de Óscar Chávez, el cantautor que asociamos con la música de protesta de las décadas de 1970 y 1980 y con algunos otros géneros como la trova, el bolero y algunos otros. A lo largo de este tiempo y con su obra, Chávez se ha convertido en una especie de cronista involuntario de la vida en la ciudad, es cierto, con inclinación por los acontecimientos políticos, pero también con interés por las “simples cosas”, según dice la canción de Mercedes Sosa.
Por esta razón y como un homenaje a su trayectoria de 50 años, Chávez recién fue nombrado “Ciudadano Distinguido de la Ciudad de México” por el gobierno de la capital. En este contexto, Chávez fue descrito como un “símbolo de la escena cultural y artística” de la ciudad por parte del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera.
La ocasión nos sirve no solo para celebrar al cantautor, sino quizá sobre todo para darnos cuenta de cómo esa Historia que creemos lejana en realidad sucede siempre, en este mismo momento y en el lugar donde nos encontramos. Y sin duda el trabajo de Óscar Chávez es un buen testimonio de esto.
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