Se trata de una obra que previene las inundaciones en la Ciudad de México.
Pensar en Tenochtitlán es pensar en una ciudad lacustre. Y es que toda el agua que rodeaba a aquel paraje fue quizá la razón por la que las deidades de los nahuas les indicaron que dejaran Aztlán (lugar cuya ubicación se desconoce hasta a la fecha) para partir en busca de la tierra prometida.
Cuentan las crónicas que tras casi un siglo de peregrinación, los indígenas arribaron al Lago de Texcoco. Vieron un águila, que encima de un nopal devoraba una serpiente, y ahí fundaron un nuevo imperio, en el que adoptaron el nombre de “mexicas”.
Encima de este islote, los antes llamados aztecas tuvieron que urbanizar los cuerpos de agua que se desdoblaban por todo el valle, para dar cabida a los templos y barrios de los calpullis. Lo cierto es que la labor hídrica de nuestros antepasados es plausible. Así como hoy día las lluvias representan una grave problemática de inundaciones, en la época prehispánica, este fenómeno también arrasaba con la ciudad mexica. Por este motivo, se tuvieron que emplear sistemas hidráulicos que aprovecharan el agua que caía del cielo para desarrollar correctamente un método de cultivo.
Antes de la Conquista, los indígenas lograron la adecuada separación del agua. Este proyecto, eventualmente se transformó en los acueductos que abastecían a toda la población. Ciertamente la llegada de los españoles significó una renovación infraestructural de Tenochtitlán. Para edificar la Nueva España, se buscó acabar con los lagos de la ciudad. De aquella época datan ríos como el de Churubusco, la Piedad y Mixcoac. En la actualidad, estos nombres solamente nos remiten a arterias citadinas.
Varios caminos lacustres fueron entubados durante los siguientes siglos. Pero es una realidad que la naturaleza siempre busca emerger. Es por esto que ha sido siempre imperativo implementar obras para evitar que la Ciudad de México vuelva a ser un gran lago.
Tal es el caso del Gran Canal, un esfuerzo que data de la época del porfiriato. Sin embargo, en la década de los 50, ocurrió una terrible inundación en la capital. El entonces regente, Fernando Cases Alemán, y su equipo, fracasaron en salvar las calles de la lluvia. Y es que el Gran Canal fue insuficiente ante la profusa cantidad de agua que arrasó con la metrópoli.
Fue después de esta catástrofe que se optó por crear un sistema hídrico que evitara una semejante inundación. El ingeniero mexicano Nabor Carrillo diseñó el vaso regulador del Lago de Texcoco, popularmente conocido como El Caracol, en el nororiente de la ciudad.
Cabe mencionar, que es una iniciativa que se concibió como mancuerna del Gran Canal, y que permitía mantener las aguas de los drenajes a un nivel específico, con el objeto de evitar acumulaciones. El Caracol incluye un lago artificial que aloja líquido, y que incluye una desalinizadora con un diámetro de 3.2 kilómetros. Esta obra tiene forma de espiral, y vista desde las alturas, simula la forma de un caracol, razón por la que obtiene su topónimo.
Pese a que muchos ubican esta obra de ingeniería con el municipio de Ecatepec, que es parte el Estado de México, se trata de un emblema de la ciudad, que aunque podrá pasar inadvertido, constantemente protege a la capital de inundaciones. Es uno de los motivos por los que la urbe logra mantenerse viva sobre un lago.